17 de julio de 2007

Clonando piedras

Lecturas de verano, por el Sr. Verle:

*Exordio.

Si en otras épocas solía ser aceptada de buen grado la traslación o transposición de obras musicales anteriores, en el siglo XX fue moneda de curso legal las transcripciones, por los compositores del momento, de obras de maestros ‘clásicos’ y uno de sus máximos exponentes fue Anton Webern con Bach, así como el de otros dodecafonistas que le precedieron, como Arnold Schönberg.

En el caso de Webern, es c
onocido el ejemplo del Ricercare a 6 voces de La Ofrenda musical de J. S. Bach, BWV 1079, que habiendo sido arreglado en varias ocasiones por otros compositores, su transcripción más destacada es la firmada por el vienés en 1935, quien escribió una versión para orquesta reducida, notable por su multicolor melodía de timbres. En efecto, Webern procede con extremo cuidado en esa pieza musical. Una primera mirada a su partitura revela una suma pulcritud y exactitud que hacen más bien pensar en la tesis académica de un matemático que en un compositor, allí no hay nada expuesto al azar ya que de lo que se trata es de desmenuzar en unidades el contenido motívico del ricercare. Cada motivo en los sucesivos intervalos es presentado por un instrumento diferente y su ejecución tal y como deseaba el compositor requiere una continuidad absoluta sin la menor interrupción, la línea melódica pasa de un instrumento a otro cada pocas notas, por lo que cada instrumento aporta un diferente color tímbrico a las notas que se interpretan (Klangfarbenmelodie).

La
obra esta claramente dividida en dos partes la primera de ellas tiene como motivo en la primera sección el thema regium. La segunda sección es la fuga a seis voces propiamente dicha que Webern hace desarrollar adquiriendo la máxima exposición temática por la dedicada amplitud y gravedad sonora orquestal.

La conexión de esos dos compo
sitores, va más allá de los límites que hay entre una composición y una instrumentación/orquestación. La precisión de Webern y la estructura fugada de Bach constituyen una relación de belleza musical. Sustituir un clave por una orquesta moderna es una construcción de la abstracción de la intensidad sonora, que Webern trata de modo impecable.

En el caso de Arnold Schönberg citaríamos, también en relación con Bach, sus transposiciones del Schmücke dich, O liebe Seele, BWV 654 o del Komm Gott, BWV 631, por ejemplo.

Motivo Bach

*Narratio.
No se ha desarrollado en las construcciones arquitectónicas sin embargo hasta muy en nuestros días, un fenómeno, algo disímil del anterior en función de la n
aturaleza del objeto artístico, pero concomitante con él, cual es el de la reconstrucción de obras “perdidas”. Pudiendo hablarse, en distintos grados, de una auténtica clonación.

Pabellón de Alemania en Barcelona

La replicación está de moda, véase así mismo en el mundo de la escultura el affair
e de Richard Serra y el Reina Sofía (“la obra de arte ha sido… robar esa escultura” ha dicho sobre ello Isidoro Valcárcel). En síntesis, retomando la expresión de Benjamin, así como para él había un aura del original, hay hoy un aura del simulacro, una simulación auténtica y una simulación inauténtica. Con lo cual ha vuelto con nuevas ínfulas el viejo debate sobre la ‘copia’ en el arte, la famosa intertextualidad que en el mundo globalizado y virtual de hoy, presenta frentes abiertos de diferente magnitud.

En las condiciones de la cultura actual, la voluntad estética lo ha invadido todo y penetrado cada intersticio, desde los objetos a los comportamientos humanos, hasta anular el sentido íntimo de las cosas. Es lo que Baudrillard llama "metástasi
s de la cultura", que lo devora todo sin resistencia. En ese orden omnívoro, emergen formas que asumen un aspecto particular, son auténticas "bandas perforadas, que se clonan una de la otra". ¿Podrá la arquitectura actual dejar de ser una arquitectura clon? se preguntan J. Baudrillard y J. Nouvel. Sensu contrario nos plantearían ¿qué es entonces un objeto singular? Pues sería lo irrepetible, lo que guarda un secreto, lo que seduce aun no siendo hermoso, dicen. Aquello que se puede amar o se puede odiar, pero es siempre ineludible. El problema de los objetos singulares en el arte, en realidad no es más que un ejemplo de un problema mayor, el de la posibilidad de lo singular en el actual sistema cultural dominado por la globalización. Y la globalización, dice Baudrillard, será el teatro de una intensa discriminación, el lugar de la peor discriminación. (Baudrillard, por cierto, no deja de participar del esteticismo que critica, sólo que se refugia en la categoría romántica de lo sublime).

Y es que la construcción contemporánea se presenta en gran modo como un collage de objetos. Escribe Jean Nouvel: "a partir del momento en que un edificio responde a una tipología dada de la cual se conocen la técnica, el precio y las condiciones de realización, se podrá duplicarlo y hacerlo construir sin tener que pagar de nuevo la concepción". Esto ha dado
lugar al creciente fenómeno también considerado una clonación, en otro sentido del que nos interesa. Lo que traducen esos edificios ‘clonados’ es el deseo de repetir al infinito un universo homogéneo y uniforme.

Volviendo al inicio de este capítulo, ¿es que han cambiado nuestros valores culturales y la réplica es una de las cualidades de la sociedad del globalismo? Podría decirse taxativamente que sí siguiendo todo lo anterior, ya que se postula en algunos casos conocidos de edificios reconstruidos una auténtica ‘resurrección’ del objeto (su paradigma ha sido el pabellón de Mies). Se fundamentaría en la variabilidad de la concepción de lo auténtico, reflejo de la prédica postmoderna de que ya no hay historia, sino interpretaciones de la misma, y su relatividad en función de la cultura donde se manifieste [ya hemos tratado el tema de Oriente vs. Occidente; y así, las palabras auténtico o falso no significan nada contemplando el pequeño mundo de las montañas de Chugoku, como reseña F. C. Serraller a propósito de la novela ‘El falsificador’ de Inoué].

Patio del pabellón.

Detrás de la reconstrucción está también casi si
empre el culto al mito. “Una obra de arte puede ser la proyección intencional de un mito ya fabricado en la fantasía colectiva” escribe Kolakowski. Mito relacionado por una parte [como también hemos planteado en otra ocasión] con la noción marquardiana de la ‘compensación’ y por otra parte con la pura y simple rentabilidad económica derivada de la premisa tan en boga del turismo cultural, que consagra así la condición de simulacro escenográfico. Por eso -leemos en el pensador polaco- “el mito sólo puede ser aceptado si se convierte en una suerte de imposición a la que está sometida igualmente toda la sociedad en que aquel participa. El mito configurador de valores implica una renuncia a la libertad en la medida en que se impone un modelo acabado”.

Cita o simulación, el arte actual s
e dedica, según Baudrillard, a reapropiarse de manera más o menos lúdica de todas las formas y obras del pasado, cercano, lejano y hasta contemporáneo. La eclosión de un pasado, no necesariamente remoto, remite a la concepción del tiempo. A ese respecto señala Kolakowski que aparece “el deseo de suspender el tiempo recubriéndolo con la forma mítica del tiempo: aquella que permite creer que lo pasado, respecto de su valor, se conserva en lo duradero, que los hechos no sólo son hechos, sino materiales de un mundo de valores que se puede salvar pese a la irreversibilidad de los sucesos”. Lo duradero [ya lo hemos escrito] se asocia eurocéntricamente con el monumento de ‘piedra’. Nada escapa entonces a la transformación actual del objeto artístico en fetiche y la arquitectura moderna no podría ser menos.

Todo el dilema es éste (el complot de Baudrillard): o bien la simulación es irreversible con lo cual nos preparamos para la repetición insensata de todas las formas de nuestra cultura; o bien existe el arte de la simulación, una cualidad irónica que resucita una y otra vez las apariencias del mundo.

El simulacro del simulacro: Fotografía de Hannah Collins. (Colección Telefónica)

*Epítome.
“Siempre hemos estado en manos de simuladores y lo aceptamos porque nosotros también lo somos. La cuestión no estaba, pues, en una pugna entre veracidad y simulación, sino en la potencia que ésta demuestra para imponerse. Los grandes intérpretes de la simulación son, precisamente, aquellos capaces de transformar el murmullo del eco en una música poderosa”.
Rafael Argullol. ‘El fin del mundo como obra de arte’. Acantilado 2007.


[Referencias:
- Hernández Martínez, A. ‘La clonación arquitectónica’. Ed. Siruela. Madrid, 2007.
- Kolakowski, L. ‘La presencia del mito’. Ed. Amorrortu. Buenos Aires, 2006.
- Baudrillard, J. y Nouvel, J. ‘Los objetos singulares’. Ed. Fondo de Cultura Económica. México 2002.

- Baudrillard, J. ‘El complot del arte’. Ed. Amorrortu. Buenos Aires, 2006.
- Argullol, R.
‘El fin del mundo como obra de arte’. Ed. Acantilado. Barcelona, 2007.]

© Sr. Verle, 2007.

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