13 de marzo de 2010

Historia vs. literatura

(*) Un personaje histórico se convierte en literario por obra y gracia de un gran escritor. Chateaubriand extirpa a Mirabeau de la Historia con una incisión profunda en su genio y contradicciones. Como hombre público, lo califica de “tribuno de la aristocracia, diputado de la democracia” y encuentra en él, por el origen florentino de su familia, al hombre extraordinario que reúne “el espíritu republicano de la Edad Media de Italia y el espíritu feudal de la Edad Media francesa”. Dos periodos históricos cuyas lacras y grandezas se manifiestan en la Revolución de 1789 a través de la acción del orador del pueblo: “En medio del espantoso desorden de una sesión [en la Asamblea], lo he visto en la tribuna, sombrío, feo e inmóvil; recordaba al Caos de Milton, impasible y amorfo en medio de su confusión” (Memorias de ultratumba, Libro V, capítulo 12).

(Mirabeau, por Joseph Boze)

El cambio del género histórico al personaje literario Mirabeau continua con la descripción de sus rasgos: “[su] fealdad, las señales dejadas por la viruela en el rostro del orador, (…) la naturaleza parecía haber moldeado su cabeza para el mando o para el patíbulo, tallado sus brazos para estrechar fuertemente a una nación o para raptar a una mujer”. De su carácter destaca que “sacaba su energía de sus vicios”. Chateaubriand coincide con Mirabeau en un banquete ofrecido por la nieta de Voltaire, la marquesa de Villette, y continúa su descripción paradójica –león con cabeza de quimera- a cuento de la egolatría del personaje: “Este hijo de leones, siendo él mismo un león con cabeza de quimera, este hombre tan positivo en los hechos, era todo él novelesco, todo poesía, todo entusiasmo para la imaginación y el lenguaje”. De su conducta, en la época en que la corte francesa tentaba sus cabezas tras la toma de la Bastilla, pero antes del Terror, dice: “no hacía del homicidio un acto sublime de la inteligencia; no sentía ninguna admiración por los mataderos y muladares”.

La gloria de Mirabeau fue efímera, como la fama suele serlo ahora, pero acompañada del honor que diferencia a ambas. En cambio, el rapto de género es una constante a lo largo de la historia. El visto en artes mayores tiene su paralelo en un salto de menor calibre pero de la misma naturaleza en la traducción de una lengua a otra. Para ambos rige que nunca se domina lo suficiente el género ajeno o la lengua extranjera como para que el traslado sea impune. Hay que robar e inventar para que sea creíble y no se pierda nada sustancial en el viaje. La traducción tiene más de boda robada entre autor y traductor que de traición. Cuando muere el traducido, el viudo hereda. Baudelaire da lo mejor de sí traduciendo a Poe e intenta ser “su heredero en todo”. Esa devoción se muestra en sus traducciones minuciosas de las Historias extraordinarias o de las Aventuras de Arthur Gordon Pym, que hacen popular a Poe en Francia (y, de paso, lo harían en España). La fascinación de Baudelaire por Poe comienza en 1847, dos años antes de la muerte de éste, y dura hasta 1865, año en que termina la traducción de Historias grotescas y serias y, por cierto, también dos años antes de su muerte. Una simetría seguramente no querida por dos espíritus desordenados. La tendencia común de ambos hacia la melancolía, el gusto por lo sobrenatural o la atracción por lo oculto son puentes para el contrabando de género entre el cuento de Poe y la poesía de Baudelaire

Termino aquí dejando abierta esta ocurrencia a otros ejemplos o impugnación general, si procede. Y por hacer caso a Montaigne, que se adelanta en más de cuatro siglos a nuestra época: “Deberían tener las leyes un poder coercitivo contra los escritores ineptos e inútiles, como lo tienen contra los vagos y maleantes. (…) La grafomanía se ha convertido en un síntoma de un siglo salido de madre.”

(* Publicado en Nickjournal el 11 de febrero de 2010).

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