A tiempo pero sin sitio
(*) A propósito del tiempo, esa arena movediza que empantana esta época, dice Octavio Paz: “A veces me digo: estás hecho de tiempo y el tiempo pasa”.
Frente a eso, digo: A tiempo me digo; eres capaz de romper la losa del tiempo, sabiendo que no es plano, absoluto ni fatal. No más fatal ni iluso que tú mismo. Eso sí, sólo se rompe a puñetazos, a golpes de intensidad. Y siempre con la incertidumbre como inversa (¿y salvación?) del tiempo.
Sobre esa densidad tirana y fugitiva del tiempo decía Julio Camba que “todas las pompas son fúnebres” y Faulkner que “el pasado no ha muerto; ni siquiera ha pasado”. Los tuareg impugnan la propiedad occidental del tiempo diciendo que sólo tenemos su medida. Nuestra obsesión por el control y la medida del tiempo puede ser el principal triunfo de éste.
Hay quienes, como Bergson, no les gusta la abstracción del tiempo por las matemáticas, como si éstas fueran una mera opinión más o, peor, una moda positivista. Niega la dependencia del tiempo respecto del espacio, en cuyo caso la variable será la velocidad, la intensidad de la experiencia.
Espacio y tiempo definen las políticas de Estados Unidos y España:
Sostiene Ferlosio –con algún salto mortal sin red de la razón al principio- que la fusión entre religión y patriotismo en Estados Unidos marca su política laica. Hasta aquí lo que dice.
Sería entonces un destino manifiesto de origen religioso el que funda su carácter imperial, su vocación de ser tierra de promisión del planeta. Patriotismo entendido como sentido del territorio con el resultado de una explosión del espacio. Un posible antídoto a ese supuesto destino sería convertir el territorio en paisaje, mediando estética y razón, dos intérpretes cuyo lenguaje requiere siglos para que sea entendido y usado.
En la actual política española el lugar del espacio ha sido ocupado por el tiempo, con el resultado de una implosión de estado y territorio. Se da la misma fusión de religiosidad –seglar en nuestro caso, subsidiaria de la original católica, ni siquiera laica- pero con una apropiación y sentido histórico del tiempo, cuya misión sería redimirnos de los pecados ajenos, pasados pero vigentes.
Ambas recetas producen monstruos, un enemigo despojado de humanidad y razón, encarnación del mal y legitimador de políticas mesiánicas.
Frente a eso, digo: A tiempo me digo; eres capaz de romper la losa del tiempo, sabiendo que no es plano, absoluto ni fatal. No más fatal ni iluso que tú mismo. Eso sí, sólo se rompe a puñetazos, a golpes de intensidad. Y siempre con la incertidumbre como inversa (¿y salvación?) del tiempo.
Sobre esa densidad tirana y fugitiva del tiempo decía Julio Camba que “todas las pompas son fúnebres” y Faulkner que “el pasado no ha muerto; ni siquiera ha pasado”. Los tuareg impugnan la propiedad occidental del tiempo diciendo que sólo tenemos su medida. Nuestra obsesión por el control y la medida del tiempo puede ser el principal triunfo de éste.
Hay quienes, como Bergson, no les gusta la abstracción del tiempo por las matemáticas, como si éstas fueran una mera opinión más o, peor, una moda positivista. Niega la dependencia del tiempo respecto del espacio, en cuyo caso la variable será la velocidad, la intensidad de la experiencia.
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Espacio y tiempo definen las políticas de Estados Unidos y España:
Sostiene Ferlosio –con algún salto mortal sin red de la razón al principio- que la fusión entre religión y patriotismo en Estados Unidos marca su política laica. Hasta aquí lo que dice.
Sería entonces un destino manifiesto de origen religioso el que funda su carácter imperial, su vocación de ser tierra de promisión del planeta. Patriotismo entendido como sentido del territorio con el resultado de una explosión del espacio. Un posible antídoto a ese supuesto destino sería convertir el territorio en paisaje, mediando estética y razón, dos intérpretes cuyo lenguaje requiere siglos para que sea entendido y usado.
En la actual política española el lugar del espacio ha sido ocupado por el tiempo, con el resultado de una implosión de estado y territorio. Se da la misma fusión de religiosidad –seglar en nuestro caso, subsidiaria de la original católica, ni siquiera laica- pero con una apropiación y sentido histórico del tiempo, cuya misión sería redimirnos de los pecados ajenos, pasados pero vigentes.
Ambas recetas producen monstruos, un enemigo despojado de humanidad y razón, encarnación del mal y legitimador de políticas mesiánicas.
(*) Publicado en Nickjournal 22 sept. 2008.
Etiquetas: Estados Unidos, Ocurrencias
3 Comentarios:
Hola, llego a su blog a través del blog de Estrella, o sea Chiqui, a quien a su vez conocí en el carnaval memorable que era el blog de Azúa cuando se podían poner links y no había reventadores. Iré siguiendo lo que publican ustedes.
Bart: Tiene correo para xuntanza.
Tengo una permanente sensación de emboscada, cuando veo que otros se empeñan en manejar mi tiempo. Por eso decidí mantener dentro de mí espacios inaccesibles para las personas, las instituciones y los Estados.
Me ha gustado leerte, Bartleby.
Por cierto, leí el libro de H. Melville en una época geológica ya lejana, poco después de ver la película, que me impresionó de un modo realmente extraño, pero notable.
Saludos.
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