Cuestión de formas
(*) 1. No sé si han leído en la prensa especializada el rentable caso de la niña que pintaba como Pollock. Marla, que así se llama la criatura, resultó ser una niña prodigio de cuatro años (no se es prodigio a los 40) cuyo supuesto genio artístico hizo la fortuna de su familia. Antes de seguir, un aviso: que no afilen aun los colmillos los padres lectores de esta breve crónica que tengan hijas en edad de ser prodigio. Marla-Pollock empezó vendiendo sus cuadros (su obra, se dice su obra) en una exposición organizada por el bar del pueblo del Estado de Nueva York donde vivía, a razón de 250 $ por cachivache. Al cabo de unos meses ya se cotizaban sus trabajos a 15.000 $, con listas de espera de coleccionistas de todo el mundo. Los detonantes del descubrimiento y subida a los altares del arte fueron un galerista y un artículo en un periódico de provincias que, al poco, fue recogido por The New York Times, consagrando la operación. Pero un programa de televisión, que inicialmente iba a respaldar el salto a la gloria de la niña artista en vísperas de inaugurar una importante exposición en Los Ángeles, descubrió la maniobra urdida por sus padres y allegados: que la niña no sabía hacer la o con un canuto como era propio de su edad. Su caída fue tan fulgurante como su éxito y no consiguió vender un cuadro más.
El mérito de la formidable burla sobre el mundo del arte que representa esta sencilla historia no está en el engaño sino en que sus autores supieron replicar con fidelidad los mecanismos públicos de ese círculo de engaños que es parte del arte contemporáneo. De engaños, no ficciones, por alejarse de la belleza y por reducirla a una estética consoladora de vacíos y consumidora de ocios. Se limitaron a estimular la necesidad de decoración que la gente tiene para adquirir un estatus muchas veces simplemente privado, utilizando cánones de estética bendecidos por el común, en este caso Pollock. La trama tejida por sus padres no tiene nada que ver con los falsificadores famosos de la historia del arte, porque su objetivo no era la precisión sino la seducción. Sólo les fallaron las formas.
2. Hablando de formas y forma, tan distintas, un siglo antes nos avisó, con cierto cinismo, Francis Picabia en su Manifiesto amorfista:
“¡Guerra a la forma!
¡La forma, ése es el enemigo!
De Picasso se ha dicho que estudiaba un objeto como el cirujano diseccionaba un cadáver.
De esos cadáveres molestos que son los objetos, no queremos saber nada.
La luz nos basta. La luz absorbe todos los objetos y los objetos sólo valen por la luz que los baña. La materia no es sino un reflejo y un aspecto de la energía universal. De la relación entre ese reflejo y su causa, que es la energía luminosa, nace lo que se llama impropiamente los objetos y así queda establecido ese contrasentido: la forma.
Nos toca a nosotros indicar esas relaciones. El espectador, el que mira, debe reconstituir la forma, a la vez ausente y necesariamente viva.”
Pone como ejemplo una obra del que irónicamente llama “genial” Popaul Picador, Femme au bain, de la que dice: “Busquen a la mujer, dirán. ¡Qué error! Mediante la oposición de las tintas y la difusión de la luz, la mujer no es visible a simple vista y ¿qué clase de bárbaros podrían reclamar seriamente que el pintor se ejercite inútilmente a [en] esbozar un rostro, unos senos, unas piernas?” Como prueba del delito y en lugar del cuadro del tal Picador, coloco uno del Picabia original (que, por otra parte, tan bien se aplicó a la forma en buena parte de su obra), del mismo año en que proclama el amorfismo, 1913.
3. La conexión y la diferencia entre las dos historias la da el sentido del tiempo, la perspectiva histórica pero también la sensibilidad artística que permite el tiempo (aunque no solo). Ese tiempo que Valéry hacía aparecer “cada vez que hay dualidad en nuestra mente”, frente a “la única cosa continua [que] es la noción de presente”. De ambas, perspectiva y sensibilidad como distinción de la belleza ante la mera reproducción, carece Marla-Pollock y el arte contemporáneo que desvela. Tiempo artístico contra presente continuo cuyo estancamiento obliga a fingir originalidad para destacar en medio de la confusión. Con más humor lo decía Picasso cuando le reprochaban que su retrato de Gertrude Stein no se asemejase al modelo: "Descuida, que ya se parecerá...". Nosotros ya nos vamos pareciendo a la niña Marla y su clan.
El mérito de la formidable burla sobre el mundo del arte que representa esta sencilla historia no está en el engaño sino en que sus autores supieron replicar con fidelidad los mecanismos públicos de ese círculo de engaños que es parte del arte contemporáneo. De engaños, no ficciones, por alejarse de la belleza y por reducirla a una estética consoladora de vacíos y consumidora de ocios. Se limitaron a estimular la necesidad de decoración que la gente tiene para adquirir un estatus muchas veces simplemente privado, utilizando cánones de estética bendecidos por el común, en este caso Pollock. La trama tejida por sus padres no tiene nada que ver con los falsificadores famosos de la historia del arte, porque su objetivo no era la precisión sino la seducción. Sólo les fallaron las formas.
2. Hablando de formas y forma, tan distintas, un siglo antes nos avisó, con cierto cinismo, Francis Picabia en su Manifiesto amorfista:
“¡Guerra a la forma!
¡La forma, ése es el enemigo!
De Picasso se ha dicho que estudiaba un objeto como el cirujano diseccionaba un cadáver.
De esos cadáveres molestos que son los objetos, no queremos saber nada.
La luz nos basta. La luz absorbe todos los objetos y los objetos sólo valen por la luz que los baña. La materia no es sino un reflejo y un aspecto de la energía universal. De la relación entre ese reflejo y su causa, que es la energía luminosa, nace lo que se llama impropiamente los objetos y así queda establecido ese contrasentido: la forma.
Nos toca a nosotros indicar esas relaciones. El espectador, el que mira, debe reconstituir la forma, a la vez ausente y necesariamente viva.”
Pone como ejemplo una obra del que irónicamente llama “genial” Popaul Picador, Femme au bain, de la que dice: “Busquen a la mujer, dirán. ¡Qué error! Mediante la oposición de las tintas y la difusión de la luz, la mujer no es visible a simple vista y ¿qué clase de bárbaros podrían reclamar seriamente que el pintor se ejercite inútilmente a [en] esbozar un rostro, unos senos, unas piernas?” Como prueba del delito y en lugar del cuadro del tal Picador, coloco uno del Picabia original (que, por otra parte, tan bien se aplicó a la forma en buena parte de su obra), del mismo año en que proclama el amorfismo, 1913.
3. La conexión y la diferencia entre las dos historias la da el sentido del tiempo, la perspectiva histórica pero también la sensibilidad artística que permite el tiempo (aunque no solo). Ese tiempo que Valéry hacía aparecer “cada vez que hay dualidad en nuestra mente”, frente a “la única cosa continua [que] es la noción de presente”. De ambas, perspectiva y sensibilidad como distinción de la belleza ante la mera reproducción, carece Marla-Pollock y el arte contemporáneo que desvela. Tiempo artístico contra presente continuo cuyo estancamiento obliga a fingir originalidad para destacar en medio de la confusión. Con más humor lo decía Picasso cuando le reprochaban que su retrato de Gertrude Stein no se asemejase al modelo: "Descuida, que ya se parecerá...". Nosotros ya nos vamos pareciendo a la niña Marla y su clan.
(*) Publicado en Nickjournal 9 de julio de 2008.
Etiquetas: Arte
4 Comentarios:
Nos dan lo que, creen, queremos ver. Todo depende del que busca y de lo que busca.
Saludos:=)
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