Palestina
El gueto de la franja de Gaza: las condiciones que lo definen, el bloqueo y las restricciones a una vida medianamente digna de sus habitantes son tan conocidas que no hace falta hacer inventario. La invasión del gueto no es ninguna guerra, es un asalto más de un combate que Israel plantea como misión histórica para consolidarse como único estado en Palestina y como estado hegemónico de la región. No hay novedad, sólo más muertos en menos tiempo, número y ritmo, de los que se puede permitir cierta conciencia occidental. Es de la misma naturaleza que los asaltos anteriores, de Sabra y Chatila hasta los “asesinatos selectivos” y la “desconexión” de 2006 que inauguró el gueto, pasando por la clave que ha cambiado la política en la región: la progresiva y constante colonización -desde 1973- de los territorios palestinos mediante los asentamientos, muros y separación entre localidades. Si sólo ha variado el grado de la presión hacia los palestinos, no su tipo ni instrumentos, ¿cómo condenar la invasión y los bombardeos de Gaza sin haberlo hecho antes con los otros episodios y con la misma existencia del gueto? Yendo a la cuestión original: si se reconoce el derecho de Israel a existir como Estado dentro de unas fronteras seguras, ¿cómo no reconocer del derecho de los palestinos a su propio Estado, independiente y sin tutela?
El aislamiento forzoso del gueto produce una mitología privada que se refugia en el extremismo de ropaje religioso y sólo tiene salida como resignación o violencia. No hay el menor atisbo de un Estado palestino independiente, con fronteras, aduanas, competencias, unidad territorial y solvencia institucional equivalentes a las de quien reclama para sí el dominio en exclusiva –pero excluyente- de Oriente Próximo, Israel. La tercera generación de palestinos (en cuenta orteguiana, desde 1948) en el forzado exilio interior es la primera que lo sabe: sólo pueden aspirar a una autonomía tutelada, sin soberanía ni ejército ni control de fronteras propias, y sometida a los cambios de política de los gobiernos de turno en Tel Aviv, como lo demuestran los asentamientos, el aislamiento de poblaciones y las restricciones de movimientos de sus habitantes en Cisjordania. Vergüenza, propia y ajena, de tres generaciones pérdidas, con la cuarta en ciernes y probablemente más volcada al exilio hacia los países vecinos. Salvo que recuerde las humillaciones y le entre el pánico, en forma de violencia. A esa combinación le llamamos terror.
Los muertos: casi mil cuatrocientos es, paradójicamente, una indeterminación, un escondite moral. Tomados uno a uno adquieren forma y contenido. Unidos por la misma circunstancia, la agresión de Israel a Gaza, son una denuncia. Llevar la contabilidad de los muertos puede ser macabro; no llevarla cuando todos son del mismo bando es grotesco. Así, lo grotesco se convierte en una mueca de lo macabro, una parodia para eludir la realidad. Se habla de desproporción en el uso de la fuerza por parte de Israel, lo que implica una cuota e intensidad aceptables de muertos y un consiguiente exceso, el producido por los bombardeos, cuyo umbral hace saltar la alarma de la conciencia. Pero la conciencia, como toda categoría moral, no puede depender de la cantidad, aunque sí de los hechos y las decisiones políticas que los producen.
La estrategia política de Israel se basa en una firme decisión de evitar cualquier estado palestino que pueda equilibrar la distribución de poder regional. Firme y cada vez más unánime decisión, soportada por mayorías parlamentarias y apoyos sociales -la inmigración rusa de los últimos 15 años- crecientes. La desaparición del rol de halcones y palomas, Likud (= consolidación) y laboristas, otorga mayor fuerza y solvencia a ese planteamiento de seguridad nacional, con la simétrica reducción de las posibilidades de los palestinos de instituirse como Estado. Los instrumentos de esa estrategia son:
1) la hegemonía militar en la región, para la cual dispone de superioridad técnica, la exigencia de desarme de los palestinos, el atraso militar de los ejércitos árabes vecinos y la exclusividad nuclear. Y la hegemonía política, con una Siria proscrita y autista, relegando a Egipto y Jordania a la condición de espectadores y chambelanes de negociaciones placebo como Annapolis.
2) la táctica del vencido a plazos, manteniendo a un enemigo desarmado o, al menos, estéril ofensivamente, cuyo extremismo justifica episodios de agresión o una estrategia de colonización.
3) de la negociación y sus escenarios alternativos se ha pasado al ejercicio arbitrario e incierto de la gracia por parte de Israel como único horizonte para los palestinos. La primera implica cesiones mutuas; la segunda necesita de un protocolo que distraiga de su discrecionalidad y condescendencia. Annapolis es ya la negociación como liturgia, sin resultados tangibles. Al no haber una relación equitativa entre dos comunidades que habitan un mismo territorio, toda negociación está condenada a ser una concesión graciosa del dominante.
4) la división del rival -facilitada por éste hasta la guerra civil entre Hamás (= fervor) y Fatah (Movimiento de Liberación de Palestina)- en dos facciones enfrentadas, reduciendo su capacidad negociadora.
5) negar la condición de interlocutor, más allá de la interlocución circunstancial, a los representantes de los palestinos, aunque hayan sido elegidos democráticamente. Arafat fue calificado como un obstáculo insalvable a cualquier negociación. Sin embargo, su muerte no dio vía libre a una negociación. Por su parte, Fatah, el perdedor del actual conflicto, dejará de ser representativo de los palestinos como interlocutor de Israel.
6) la vuelta a las relaciones bilaterales privilegiadas, con Estados Unidos en primer lugar, frente a cualquier planteamiento y resolución multilateral del contencioso con los palestinos, mediante la apropiación del conflicto por parte de Israel, su creciente carácter local, con un papel menguante de la comunidad internacional. A ésta se la relega a una función asistencial; en especial, a la ONU, limitada al despliegue de sus agencias de ayuda humanitaria y sanitaria. El bombardeo de uno de sus edificios y las consiguientes disculpas oficiales del gobierno israelí se convierte así en simbólico. Por su parte, la estrategia de Hamás de querer implicar a la comunidad internacional utilizando militarmente esas instalaciones para provocar el correspondiente bombardeo y cuota de muertos, se muestra cada vez más inútil ante la indiferencia mundial. No es casual que la función que el gobierno israelí reserva a esa entelequia cesante llamada comunidad internacional sea el control del desarme de Hamás, que se extendería a Fatah o cualquier otra organización palestina si se desmandara.
A propósito del fundamentalismo nacional que ofusca a Israel y del religioso a Hamás, viene una malicia de Gide dedicada a Paul Claudel (citada por Márai en sus Diarios, 1984-1989): “Claudel piensa que puede llegar al cielo en coche-cama”. Israel cree que puede fundar su reino en la tierra en tanqueta, y sin duda lo está consiguiendo. Pero aún es pronto para saber si podrá salir de ella.
Etiquetas: Política internacional
2 Comentarios:
Curioso comportamiento el del Pueblo Elegido, en verdad. En alguna parte de la historia de la Humanidad debe encontarrse el maleficio escrito de estos dos pueblos primos hermanos. Si se pudiera alcanzar a descubrirlo, borrar ese capítulo fatal... Se ve que la modernización numana n o ha llegado muy lejos todavía.
Estamos cansados de tanta publicidad en contra de Israel. Algun dia saldra a luz la verdad. Que hay de la informacion bilateral, del dialogo entre los pueblos. Llevamos soportando años y años de ataques con misiles desde Libano y Palestina y a nadie le importa.
Si no existieran los hombre-bomba podrian entrar libremente a trabajar en este suelo.
Aunque estando de visica en Akko, habia una delegacion de mujeres 'turistas' de Ramallah, eso demuestra que pueden pasear en suelo israeli sin problemas.
Se debe contar la verdad y dejar de tomar una posicion sin conocer de cerca el drama que subyace en el fondo de este conflicto.
Hay desinformacion y mucha ignorancia al respecto.
Marcela Vanmak
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