15 de mayo de 2006

La melancolía de Cansinos-Assens

(Rafael Cansinos Assens, 1883-1964)


La melancolía en Cansinos-Assens es de guardia, no adquirida. Forma parte de su carácter, del que derivó una visión del mundo, la de la madurez eternamente retrospectiva de un ideal, no de la juventud, y de su circunstancia personal esquizofrénica, la de judío católico. Su estilo al escribir es más nostálgico que melancólico, de ahí su estética a veces rubeniana que, al apagarse, se queda en prosa florida. Si se consigue desbrozar su importada -y, a veces, impostada- prosa modernista se obtienen imágenes de gran belleza, curiosamente muy reales, lo que demuestra su condición de idealista desengañado:

“Caminábamos detrás de las mujeres y nuestros tobillos crujían ya de fatiga, como crujen las varas de los cardadores.
Y como nos sentíamos fatigados, nos detuvimos en una esquina como las rameras; y ante nosotros ellas seguían pasando a raudales, como cohetes encendidos a manojos, y a pesar de nuestra fatiga todavía nuestros cuellos se tendían tras de ellas hasta crujir.
Y entonces uno de nosotros dijo: ‘Hasta cuando, ¡oh amigos!, hemos de correr tras de las mujeres?’”
(‘La victoria de las mujeres’, “El candelabro de los siete brazos”, 1914)

Era consciente de la trampa del estilo y de cómo la vanguardia artística podía convertirse en refugio acomodado por el prestigio literario. Supo que el modernismo tuvo un componente de amaneramiento del naturalismo, pero no quiso hurtarse a su estética. La estética es la última trinchera que le queda al melancólico. Un continuo deseo de huir de esa estéril postura, que no conseguiría y tendría que transformar en fantasía, le lleva a la frustración, lo que compensa con acertadas descripciones de sentimientos colectivos, como el nacionalismo:

“Alef
A través de nuestra inercia habitual, pensábamos en los nuevos países, más turbadores
que los trajes nuevos, en donde la vida tiene el inicial misterio de la pubertad: (...) y nuestro corazón se ensanchaba como el de los enfermos crónicos que sólo tienen la esperanza de un viaje para su antiguo mal.
Semejantes a enfermos crónicos que miran con alegría cuanto se aleja y corre, excepto el tiempo, y quisieran huir del lugar en que sufren, así mirábamos a los que se alejaban...

Beth
De buena gana nos hubiéramos ido tras de ellos, pero, bajo el peso de la inercia que nos aprieta el cuello, sentíamos nuestros pies más fijos en la tierra que las raíces de las retamas y nuestro cuerpo se retorcía con la rigidez de un arbusto, hacia los paisajes entrevistos.
La inercia, la inercia, más pesada que un madero, la inercia hecha de todas las cosas pasadas, como un presente constante y abrumador gravitaba sobre nosotros, y temblábamos como el eje de un carrusel de cuyas vigas colgasen góndolas y calesas cargadas.
Góndolas y calesas en las que marchasen nuestras costumbres y nuestros vicios disfrazados de cortesanas, entre el griterío de los deseos.
¡Y pensábamos; eternamente hemos de soportar esta carga, sin que podamos evadirnos!”
(“El candelabro de los siete brazos")
Promotor del Ultraísmo en Madrid a finales de la década de los años diez, le debemos el propio término ultra, que aparece ya en el primer manifiesto ultraísta de 1918: "Nuestra literatura debe renovarse, debe lograr su ultra" Sin embargo, el freno vital que significaba su melancolía impidió que su estilo entrara de lleno en las vanguardias.