Los Americanos
(*) El pasado mes de enero coincidieron en el mismo lugar dos acontecimientos americanos: la inauguración de la presidencia de Obama y la exposición conmemorativa del 50 aniversario de la publicación de The Americans, de Robert Frank, la serie fotográfica ya canónica de ese país.
Inauguraciones y conmemoraciones son los principales hitos del mito, su apertura y consagración. Y los mitos son muy queridos por las sociedades jóvenes, tan huérfanas de historia y cultura como ocupadas en hacérselas. Pero no necesariamente en enterrarse con ellas como si fueran un sudario de lujo. La ceremonia de coronación de Obama se ha celebrado como la inauguración de una nueva era, siguiendo el mismo guión que cada nuevo presidente representa con fidelidad al tomar posesión. Ese periódico inaugurar el mundo no es una vocación americana de ave fénix, sino una retórica siempre sujeta por las riendas de la utilidad y que –paradójicamente- sirve a la tradición. De ahí que los símbolos den paso rápido a la acción de gobierno y exigencia social de resultados, con el añadido de la urgencia económica del momento. La nota de nostalgia por la monarquía perdida suele ponerla el papel que se reserva en la ceremonia a la Primera Dama, a las Infantas y a la Corte de cómicos amigos, sin que haya por qué ver en ello la fundación de ninguna dinastía. Como no lo fue la de los Bush, más por incompetencia de Bush Niño para la historia (para saber en qué época vivía) que por falta de voluntad de Bush Padre. Pero esos ritos no pasan de tener un papel secundario en la fabricación de mitos para un país que ama el pragmatismo por encima de todo y que, por tanto, relega instituciones simbólicas como la Monarquía u ordenadoras de la sociedad, como Cultura e Historia, a extravagancias europeas. Hasta las consideran un cierto lastre para el progreso, que es su empresa.
Nación, Dinero y Dios son mitos fundadores pero no Historia que limite su vida como sociedad. Una gestión útil y cotidiana de los símbolos los ha secularizado para convertirlos en espectáculo, presente continuo, compañeros de cama. No circula escondido el sentido de culpa propio de los viejos y, por tanto, no hay necesidad de expiación, fantasma tan querido por los europeos. Liberados de ese peso hacen de la utilidad virtud y agente organizador de la comunidad.
Inauguraciones y conmemoraciones son los principales hitos del mito, su apertura y consagración. Y los mitos son muy queridos por las sociedades jóvenes, tan huérfanas de historia y cultura como ocupadas en hacérselas. Pero no necesariamente en enterrarse con ellas como si fueran un sudario de lujo. La ceremonia de coronación de Obama se ha celebrado como la inauguración de una nueva era, siguiendo el mismo guión que cada nuevo presidente representa con fidelidad al tomar posesión. Ese periódico inaugurar el mundo no es una vocación americana de ave fénix, sino una retórica siempre sujeta por las riendas de la utilidad y que –paradójicamente- sirve a la tradición. De ahí que los símbolos den paso rápido a la acción de gobierno y exigencia social de resultados, con el añadido de la urgencia económica del momento. La nota de nostalgia por la monarquía perdida suele ponerla el papel que se reserva en la ceremonia a la Primera Dama, a las Infantas y a la Corte de cómicos amigos, sin que haya por qué ver en ello la fundación de ninguna dinastía. Como no lo fue la de los Bush, más por incompetencia de Bush Niño para la historia (para saber en qué época vivía) que por falta de voluntad de Bush Padre. Pero esos ritos no pasan de tener un papel secundario en la fabricación de mitos para un país que ama el pragmatismo por encima de todo y que, por tanto, relega instituciones simbólicas como la Monarquía u ordenadoras de la sociedad, como Cultura e Historia, a extravagancias europeas. Hasta las consideran un cierto lastre para el progreso, que es su empresa.
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Robert Frank: Desfile - Hoboken, New Jersey, 1955.
Cafe - Beaufort, Carolina del Sur.
Y en eso llegó Robert Frank, con su ordenado método de trabajo, su intuición y saber mirar. Recorrió el país de punta a punta en un viejo coche usado y retrató los símbolos apeándolos del altar del mito pero extrayéndoles todo su significado. Hizo de los personajes y situaciones postes indicadores de una carretera que encontraba, no evocaba, los horizontes perdidos. Los unió con vínculos que son el deslinde del catastro americano y dieron estabilidad a encuentros azarosos y rechazos entre ellos. Vio esos fragmentos, los cosió con la realidad que llevaban en su interior y se volvieron memorables. En su minucioso plan fotográfico de revelado y selección drástica de la serie de 83 fotografías que forman The Americans, utiliza las líneas de fuga, los rasgos de unas caras o detalles decorativos secundarios como nexos de unión que dan un sentido común a situaciones independientes. Así consigue secuencias de tres o cuatro imágenes que transmiten movimiento y temporalidad a lo mostrado. Y consigue, sobre todo, romper los tópicos sin huir de su realidad.
Tenía que ser el americano más profundo de su generación literaria, Jack Kerouac, quien reseñará en forma de prólogo el libro Los Americanos: “Esa loca sensación en América cuando el sol calienta las calles y la música sale del jukebox o de un funeral cercano, eso es lo que Robert Frank ha capturado en tremendas fotografías (…) y con la agilidad, el misterio, el genio, la tristeza y el extraño secreto de una sombra ha fotografiado escenas que nunca antes habían sido vistas en una película. (…) Después de ver estas imágenes, terminas por no saber si un jukebox es más triste que un ataúd. ¡El humor, la tristeza, la TOTALIDAD [sic] y americanidad de esas imágenes!”
Tenía que ser el americano más profundo de su generación literaria, Jack Kerouac, quien reseñará en forma de prólogo el libro Los Americanos: “Esa loca sensación en América cuando el sol calienta las calles y la música sale del jukebox o de un funeral cercano, eso es lo que Robert Frank ha capturado en tremendas fotografías (…) y con la agilidad, el misterio, el genio, la tristeza y el extraño secreto de una sombra ha fotografiado escenas que nunca antes habían sido vistas en una película. (…) Después de ver estas imágenes, terminas por no saber si un jukebox es más triste que un ataúd. ¡El humor, la tristeza, la TOTALIDAD [sic] y americanidad de esas imágenes!”
Cafe - Beaufort, Carolina del Sur.
(Publicado en Nickjopurnal 4 de marzo 2009)
Etiquetas: Estados Unidos, Fotografía
8 Comentarios:
Bart: échele un vistazo a las fotos de Walker Evans, su crónica, la de Ud., podría deprimirse.
Evans influyó hasta cierto punto en Robert Frank, pero éste se mantuvo independiente, aunque llegaron a trabajar juntos.
En las fotos más conocidas de Evans, las realizadas durante la Gran Depresión, hay que tener en cuenta que su vida y hacienda no habían sido muy boyantes y que las hizo por encargo, cuando trabajaba para la Farm Security Administration (FSA).
¡Qué buena impresión del lado generalmente oculto de norteamérica! Esas fotos tienen sabor, gran capacidad de evocación... gracias Bartleby
Coño Bart, no había visto que el Crítico nos hacía ayer un guiño en el NJ.
Y nos daba una lección de Bacon, al que ví en el IVAM hace años,justo antes del 11-M.
Tocinete, perdón, Bacon ha sido sustituído en el Museo del Prado por "La bella durmiente", pintura victoriana en colecciones españolas. ¿O quizás es que Bacon se exhibe en otra parte? Ya me gustaría escuchar una buena lección de Bacon, Sr. Verle. Se me indigesta.
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