Ceremonia de seducción

(Barcelona, Miquel Barceló)

La presentación de CdC en sociedad fue una ceremonia de seducción.
La puesta de largo de ayer fue una auténtica "fiesta de los quince" (coincidente con el número del grupo fundador), como dicen en Nicaragua, en la que la adolescente brilló con su traje largo, su ilusión inmensa por la nueva vida adulta que la abre al mundo y con el cortejo de sus pretendientes.

Salieron a escena actores noveles y curtidos, con o sin tablas, con guión, reparto y público más que suficiente para empezar la función, interpretando una obra imprescindible: la recuperación de una normalidad democrática, hoy alterada por el auge de los nacionalismos excluyentes y su dominio de la vida y opinión públicas, que nos permita invertir la actual miseria de la política para poder dedicarnos a ella con ilusión y dignidad. Luchar contra esa miseria a la que conducen las rebajas intelectuales y vitales impuestas por el pensamiento uniforme vigente y la confusión interesada entre tribu y modernidad. Y recordar la riqueza de la diversidad política y la grandeza de la condición humana que encarna el individuo, frente a la mezquindad de la nación como ficción.

La ausencia deliberada, en el acto de presentación, de símbolos que representen este proyecto, combinada con el derribo jocoso de los que significan las murallas a abatir, fue la tarjeta de visita que este nuevo partido gira a adictos y curiosos.
La elipsis más elegante y demoledora: el cómico como sutil mosso d’esquadra (no sé cómo podría traducir esa expresión al castellano, es ya un símbolo), que aparecía esquinado en el escenario sirviendo agua por toda intervención. Un derribo silencioso, más que deconstrucción, del nacionalismo como modo de vida.

La ilusión por la política, recuperada ayer tras años de plomo y decepción, es el mejor balance y garantía de futuro que se puede hacer y pronosticar.

También hubo amor, ese gran excluido del comentario político y de nuestros paseos por todo tipo de territorios, sobre todo por los abonados a proyectos colectivos. Amor por un proyecto que es confianza inicial entre desconocidos, no enamoramiento declarado.
El impulso amoroso es, a veces, una emergencia: en este caso, declarada por el estado de emergencia que sufren algunas libertades civiles en Cataluña. Eso que los americanos llaman libertades civiles tiene un aire peatonal a ciudadano, a individuo, mucho más atractivo y menos estatal que su equivalente europeo de libertades públicas. La vida pública de esos ciudadanos ha sido torcida por sus gobernantes.

Por fin, el experimento se convierte en aventura. Ahora toca mantener la seducción, que es la fuerza con imaginación más difícil y apasionante de transmitir en las relaciones personales. Lo demás termina por ser tarea de oficinista; en el caso de un partido, con membrete.
Se recomienda a la novia promiscuidad en sus cortejos, es decir, apertura a externos y generosidad y buen paladar en la aceptación de regalos, a la vez que criterio en el necesario descarte de propuestas interesadas de matrimonio. Primera muestra de esa promiscuidad fue la propuesta del pragmatismo como ideario, un buen cobijo que permitirá el albergue cómodo de gentes de todos los colores y la imprescindible negación de la condena a derechas e izquierdas como brújula mutilada que limitaría la imagen del nuevo partido. Contra esa brújula, la rosa de los vientos.

La pedagogía de la libertad y la responsabilidad es una tarea pendiente cuyo discurso puede llenar muchos espíritus huérfanos. La denuncia de majaderías es más eficaz cuando cala esa pedagogía que cuando se expone como riña.
La fiesta de los quince ya está aquí y promete una andadura seductora.