Paridad: caridad al CUBU.
La paridad es la forma institucional de la caridad. La caridad era una opción personal e intransferible, un acto de voluntad movido por una creencia religiosa, un sentimiento de compasión con el abatido por la vida o un impulso de solidaridad con el vecino. La compasión no sólo era optativa sino que fundaba, en su libre albedrío, vínculos solidarios como sistema espontáneo de provisión social (y de previsión en la medida en que era costumbre tribal) Era acompañar en el sentimiento al prójimo, pero en vida que es cuando cuenta. En ese acompañamiento siempre ha habido un respeto de saludar con el sombrero a las penalidades del vecino.
La paridad es la transformación de la caridad en institución, la obligación de su práctica a través de las normas, la sustitución del apto por el casto, del elegido por el protegido y la condena de éste a la dependencia de su condición. Con una visión costumbrista, tan olvidada y necesaria en el periodismo actual, se puede ver la paridad como la edición actual de la picaresca sin gracia.
La paridad, divino tesoro, llega al mundo del dinero con el Proyecto de Código Unificado de Buen Gobierno de las Sociedades Cotizadas (en adelante, CUBU), que pretende la instalación suave de cuotas –femenina, por supuesto- en los consejos de administración de las empresas que salen en el escaparate de la Bolsa.
Dicen sus promotores que el CUBU es equiparable a la normativa de otros países europeos. Bien cierto: una reciente ley noruega fija el mínimo porcentaje de sillones femeninos para casar felizmente a una empresa con la conciencia social. Y el número de consejeros independientes necesarios para que esa empresa vele por nuestros intereses -¿cuáles?- y no los suyos, mal congénito de lo privado. Precisamente esa equiparación con “los países más avanzados de nuestro entorno” es el atajo frívolo que damos como salto mortal sin red al colchón de la paridad. Lo malo de los atajos es perderse el camino.
Cuenta las verdades del barquero Manuel Conthe, presidente de la CNMV (organismo regulador de los mercados de valores): "(…) es muy difícil ser un consejero independiente, porque el que quiere ser independiente ha de estar dispuesto a soportar presiones y no es sólo una cuestión de recomendaciones [a las decisiones del Consejo], sino de tener carácter". La regulación propuesta con el CUBU se dirige angelicalmente a garantizar la independencia de juicio y a forjar el carácter de los consejeros. Pero, a través de las cuotas de consejeros independientes y mujeres que aconseja, consigue lo contrario: la inutilidad de cualquier criterio o acción personal porque es la casilla de origen de cada consejero la que determina su capacidad de acción y no su aptitud o competencia. ¿Por qué no añadir cuotas étnicas que otorguen una mayor representatividad a la globalización, a la vez que una estética correcta?
La clave de la paridad en el CUBU se encuentra, una vez más, en la cuota femenina: una avanzadilla de primeros alumnos (Santander, BBVA, Telefónica, Repsol, Endesa, Iberdrola, Ferrovial), acompañadas al trote por una de las de menor capitalización bursátil del Ibex 35, PRISA (silencio, se cotiza), se opone a la cuota de consejeros independientes, pero no objeta el adorno de las damas, demostrando con su silencio un desprecio implícito pero sonoro por la capacidad de incordio de ellas.
Sacando la paridad a pasear por el mundo, resulta que la tendencia no es uniforme: la segunda medida de gobierno de Evo Morales, tras su colorido atavío, fue la supresión de los ministerios del Indígena y de la Mujer, con el argumento obvio de que su existencia suponía una discriminación para colectivos mayoritarios. Por estos lares y de momento, no hay noticias de la importación de sentido común.
El proceso de discriminación positiva es sencillo, hecho a medida para las gentes supuestamente sencillas (cuya rebelión está pendiente, para dejar de ser sencillas):
1º) Igualación en y con nombre de igualdad. Por ejemplo, la promoción automática en el sistema de enseñanza, que iguala no a sujetos sino actitudes y aptitudes, consiguiendo ocultar las diferencias personales y anular la libertad que supone para el alumno poder desplegar su propio mérito y capacidad. De paso, se suprime todo acto de voluntad –el esfuerzo, el estudio- como motor de esa libertad.
2º) Agravio histórico a reparar, como si fuera una gotera insoportable. Se cuece con el resentimiento propio de toda situación pasada que no admite espera por haber sido revivida como opresión. Se inaugura el pasado.
3º) Favoritismo: cuotas a favor de los colectivos con grupos de presión o estados de opinión de guardia. Obsérvese que los protegidos nunca son los impulsores directos. Y los beneficiarios principales son esas parroquias seglares y subvencionadas con monaguillos al mando de agravios ajenos.
4º) Permanencia de la supuesta injusticia, a fin de asegurar la gestión de las cuotas por parte de los grupos que se han erigido en representantes del ofendido o infravalorado. La injusticia nunca termina de corregirse o inventarse porque supondría la desaparición de esos rentistas del rencor.
A CUBU revuelto, ganancia de sacristanes.
La paridad es la transformación de la caridad en institución, la obligación de su práctica a través de las normas, la sustitución del apto por el casto, del elegido por el protegido y la condena de éste a la dependencia de su condición. Con una visión costumbrista, tan olvidada y necesaria en el periodismo actual, se puede ver la paridad como la edición actual de la picaresca sin gracia.
La paridad, divino tesoro, llega al mundo del dinero con el Proyecto de Código Unificado de Buen Gobierno de las Sociedades Cotizadas (en adelante, CUBU), que pretende la instalación suave de cuotas –femenina, por supuesto- en los consejos de administración de las empresas que salen en el escaparate de la Bolsa.
Dicen sus promotores que el CUBU es equiparable a la normativa de otros países europeos. Bien cierto: una reciente ley noruega fija el mínimo porcentaje de sillones femeninos para casar felizmente a una empresa con la conciencia social. Y el número de consejeros independientes necesarios para que esa empresa vele por nuestros intereses -¿cuáles?- y no los suyos, mal congénito de lo privado. Precisamente esa equiparación con “los países más avanzados de nuestro entorno” es el atajo frívolo que damos como salto mortal sin red al colchón de la paridad. Lo malo de los atajos es perderse el camino.
Cuenta las verdades del barquero Manuel Conthe, presidente de la CNMV (organismo regulador de los mercados de valores): "(…) es muy difícil ser un consejero independiente, porque el que quiere ser independiente ha de estar dispuesto a soportar presiones y no es sólo una cuestión de recomendaciones [a las decisiones del Consejo], sino de tener carácter". La regulación propuesta con el CUBU se dirige angelicalmente a garantizar la independencia de juicio y a forjar el carácter de los consejeros. Pero, a través de las cuotas de consejeros independientes y mujeres que aconseja, consigue lo contrario: la inutilidad de cualquier criterio o acción personal porque es la casilla de origen de cada consejero la que determina su capacidad de acción y no su aptitud o competencia. ¿Por qué no añadir cuotas étnicas que otorguen una mayor representatividad a la globalización, a la vez que una estética correcta?
La clave de la paridad en el CUBU se encuentra, una vez más, en la cuota femenina: una avanzadilla de primeros alumnos (Santander, BBVA, Telefónica, Repsol, Endesa, Iberdrola, Ferrovial), acompañadas al trote por una de las de menor capitalización bursátil del Ibex 35, PRISA (silencio, se cotiza), se opone a la cuota de consejeros independientes, pero no objeta el adorno de las damas, demostrando con su silencio un desprecio implícito pero sonoro por la capacidad de incordio de ellas.
Sacando la paridad a pasear por el mundo, resulta que la tendencia no es uniforme: la segunda medida de gobierno de Evo Morales, tras su colorido atavío, fue la supresión de los ministerios del Indígena y de la Mujer, con el argumento obvio de que su existencia suponía una discriminación para colectivos mayoritarios. Por estos lares y de momento, no hay noticias de la importación de sentido común.
El proceso de discriminación positiva es sencillo, hecho a medida para las gentes supuestamente sencillas (cuya rebelión está pendiente, para dejar de ser sencillas):
1º) Igualación en y con nombre de igualdad. Por ejemplo, la promoción automática en el sistema de enseñanza, que iguala no a sujetos sino actitudes y aptitudes, consiguiendo ocultar las diferencias personales y anular la libertad que supone para el alumno poder desplegar su propio mérito y capacidad. De paso, se suprime todo acto de voluntad –el esfuerzo, el estudio- como motor de esa libertad.
2º) Agravio histórico a reparar, como si fuera una gotera insoportable. Se cuece con el resentimiento propio de toda situación pasada que no admite espera por haber sido revivida como opresión. Se inaugura el pasado.
3º) Favoritismo: cuotas a favor de los colectivos con grupos de presión o estados de opinión de guardia. Obsérvese que los protegidos nunca son los impulsores directos. Y los beneficiarios principales son esas parroquias seglares y subvencionadas con monaguillos al mando de agravios ajenos.
4º) Permanencia de la supuesta injusticia, a fin de asegurar la gestión de las cuotas por parte de los grupos que se han erigido en representantes del ofendido o infravalorado. La injusticia nunca termina de corregirse o inventarse porque supondría la desaparición de esos rentistas del rencor.
A CUBU revuelto, ganancia de sacristanes.
1 Comentarios:
Llegaremos a ver cómo este Gobierno nuestro "fomenta" (pagando, claro) la presencia femenina en los blogs. Yo estoy por operarme (ahora que lo cubre la SS) y trincar: porque pasta gansa, habrá. Total, Protactínia no suena mal. Y, lo peor de todo, es que con la plaga infausta de la "political correctness", cualquier Gobierno que aparezca por aquí hará, pizca más o menos, lo mismo.
(Genial lo del "Autotango": cómo aguantamos algunos coñacitos en los setenta, también por "corrección política" avant la lettre.)
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