1 de junio de 2006

El lugar del debate de la nación

(Jeff Brows, Catsup Bottle/Diner, Croton-on-Hudson, 1991)

Hay dos sitios donde se percibe ese debate con una impresión orgánica, muy solvente, bares y periódicos. Seguí una parte del debate sobre el estado de la Nación, único suceso donde la nación conserva ya su pompa y mayúscula, en un bar de un barrio popular de Valencia, Monteolivete por más señas. Por supuesto me refiero al debate entre los parroquianos, ya que los parlamentos en la tele fueron subida de telón pero enseguida ruido de fondo al que nadie hacía caso, como los documentales sobre naturaleza y viajes que son el hilo musical cotidiano de este bar.

La actitud de los acodados en la barra me recordaba a aquellos policías de servicio que en la hora del sol a plomo sobre La Habana vieja empotraban la cabeza por las ventanas de los vecinos para seguir la telenovela ‘Almas Blancas’. Todo el país se paralizaba para ver el culebrón, de modo que el capítulo romántico y tremendista del día hacía de vigilante nacional y ahorraba trabajo a los guardias. La tertulia que se montaba entre los dos tipos cubanos de policía, uniformados y vecinos cederistas, tapaba a veces el romance de la serie. Los avatares de los personajes eran el debate sentimental de la nación, su unidad melodramática, que culminó en imagen surrealista una vez que, de visita turística al Capitolio, acabé en su solemne y gélido salón de actos viendo la telenovela con los bedeles, que no estaban para otra cosa que no fuera sentir juntos y parecido en aquellos momentos.

Así que la nación se apea de la mayúscula de los cronistas parlamentarios y de su pedestal de formica en la esquina del techo del bar, se quita las telarañas tan próximas, y baja a ser manoseada por los habituales del carajillo. Sus comentarios, junto con los titulares de los periódicos, son el verdadero debate, el que hay que seguir. El otro, el oficial, el representado por los padres de la patria, es función parlamentaria, nuestro capítulo anual de ‘Almas Blancas’. Necesario, apasionado a veces, democrático, faltaría más, pero sin llegar a tejer fibra sentimental en el vecindario: Vamos, que no labra surcos en la memoria, no hace orografía en el país político. Bueno, al menos en mi barrio, o en ese bar para ser precisos.

Los titulares de los parroquianos fueron muchos y ocasión habrá de comentarlos porque los editan todos los días, pero me chocó la fugaz rebelión contra el empacho de pasado que aqueja al presidente y que arroja sistemáticamente a la derecha. Transcribo, más o menos literalmente, lo que sostuvo uno de ellos: “El PP no tiene pasado histórico, carece de leyenda y el principal guión que podía haberle dado un lustre redentor del franquismo, el liberalismo político, no ocupa más de un estante en el almario del país y más de una temporada de vacaciones en la corta historia del partido. Mientras tanto, el PSOE, que está en parecidas mantillas en su historia reciente, y el resto de la izquierda se han hecho con el poder de la memoria histórica de los ciudadanos y con la cultura política circulante. Así ya 30 años. Con esa memoria robada y una moral de ocasión gobiernan y expulsan a la derecha al rincón rancio de la historia, del cual un Rajoy sonado pretende salir a la defensiva, cosechando poco a poco una derrota a los puntos. Con lo fácil que sería salir de esa virtualidad a la que se condena a la derecha, contestando a Zapatero cuando éste le atribuye ser pasado: “Usted sabrá hombre; usted sabrá qué no hizo en el 75 y qué vacío político tan grande ha de llenar ahora haciéndose parásito del tiempo.” Son cosas de bar de barrio, ya digo, de vecinos ociosos algo cotillas, pero a tener en cuenta.