26 de mayo de 2006

Contra la ayuda al desarrollo

(Raymond Depardon, Francia, 1942)


Hay ya un largo debate, actualmente en declive, sobre la obligación del mundo desarrollado hacia los países pobres, denominación que prefiero a la jerárquica de tercer mundo. Si se entiende obligación como la acción de pagar una deuda su sentido desborda el moral para adentrarse en terrenos económicos, organizativos, institucionales, que no califico de técnicos porque en ellos persiste su raíz mora. Por hablar de algunas obligaciones, sin ánimo de exhaustiviidad:

1) obligación ‘económica’, de recomponer o garantizar el equilibrio y competencia en los mercados exteriores para permitirles concurrir en condiciones lo más similares posibles a nuestros productos y servicios. Por eso decía que hay que suprimir las subvenciones agrarias o el oligopolio en los mercados financieros y de materias primas para que los precios que éstos fijen puedan remunerar la producción y, sobre todo, reducir la incertidumbre de las decisiones económicas. La volatilidad de los precios del café, cereales, minerales, impuesta por agentes oligopolistas que intervienen en mercados de competencia imperfecta, impide que los productores agrarios de los países pobres sepan si les resulta rentable plantar la próxima cosecha. Aquí las objeciones sobre dumping social no sirven porque se compensa (normalmente con creces) por sus mayores costes de producción y distribución debidos a infraestructuras y productividad muy inferiores.

Tampoco cabe objetar a este tipo de obligación que los pobres pueden dedicarse a otras cosas porque, en mercados cautivos por la demanda (Nestlé, etc.), los productores siempre estarán a expensas de precios y volatilidad que pueden ser inferiores al coste y en los no pueden actuar en igualdad de condiciones. Pero sí cabe matizar, y mucho.

(Manuel Alvarez Bravo, México, 1902-2002)
2
) La obligación ‘moral pura’ de asistencia al caído, como al herido en un accidente de tráfico, en tanto que seres humanos. Coincido en el caso de las catástrofes, pero sólo naturales, no políticas como son los genocidios (Camboya, Ruanda-Burundi) Aún así hay que fijar una limitación técnica y estricta a esta intervención, de modo que se dirija sólo a restablecer la situación de partida sin alterar ese equilibrio inicial, ya que un exceso de ayuda hunde en la miseria a un país pobre por introducir mecanismos que rompen los equilibrios básicos. Camboya, donde la ONU hundió su economía e hizo desaparecer la moneda por inyección masiva de dólares (los sueldos de decenas de miles de soldados y cooperantes) y Mozambique, donde el propio gobierno tuvo que pedir freno a la invasión de ONGs en las inundaciones, son dos ejemplos de cómo hundir un país y quedarte con la conciencia occidental bailando.

¿Hay que ayudar entonces en el caso de una catástrofe natural como una pandemia de sida o una epidemia estructural de malaria o tuberculosis? Este caso es distinto a un tsunami porque tiene un componente moral y otro técnico, el cual determina la respuesta: la intervención aumenta artificial y exponencialmente la natalidad, la principal causa estructural de pobreza, hambre y muerte. Luego la ayuda es contraproducente y nos llevaría a admitir sólo intervenciones en catástrofes naturales de naturaleza física y puntual.

Por lo tanto, ambas obligaciones son de una misma naturaleza moral y con un mismo objetivo que es, a su vez, el límite que marca la intervención: la creación o restablecimiento de equilibrios, de condiciones de igualdad, de mercados internacionales en el primer caso y físico-económicas internas, en el segundo.

Al restablecimiento de los equilibrios básicos locales añado un segundo criterio que determina la conveniencia de ayudar: la estabilidad. Es decir, intervenciones que contribuyan a tasas sostenibles (en relación a los recursos disponibles) y correlacionadas de crecimiento económico y de población. O sea, el control de natalidad, el gran olvidado hoy de la cooperación al desarrollo y factor crucial que ayudó a la India y China. La alternativa al control de natalidad es un nuevo malthusianismo, que es en lo que se está, disfrazado vergonzantemente de solidaridad.

En resumen, equilibrio y estabilidad como criterios de ayuda, más cerca de lo técnico que de lo moral en su alcance, a fin de limitar la intervención y evitar la compulsiva moda de la solidaridad que ayuda a la miseria.

5 Comentarios:

Anonymous Anónimo escribió...

a los paises pobres, desgraciadamiente, no se les puede dar más de lo que son capaces de administrar.
y, a menudo, ni siquiera.
porque depende mucho de quién les dirija (leader) y cómo son dirigidos (sistema).
la solución no es, desde luego, mandar dinero para el mandarín.
ni tampoco comprar la parada de cayucos con la chequera.

9:02 p. m.  
Anonymous Anónimo escribió...

en cuanto a la liquidez de zp, no tiene límites.
pierde restos de neurona disueltas cada vez que reflexiona en voz alta.
las últimas: "reconocimiento del mundo como un proyecto común del que todos formamos parte-'La poesía no tiene más patria que la lengua y, por lo tanto, las patrias poéticas, es decir, vitales, se amplían cuando lo hacen los lectores de versos'-'en esa acción se demuestra la artificialidad de las fronteras'.

9:09 p. m.  
Anonymous Anónimo escribió...

restos de neuronas disueltas

9:10 p. m.  
Anonymous Anónimo escribió...

I say briefly: Best! Useful information. Good job guys.
»

1:17 p. m.  
Anonymous Anónimo escribió...

Enjoyed a lot!
» » »

2:57 a. m.  

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