Guerra, política y medios de comunicación.
Bastenier traslada la muerte de Al Zarqaui al campo de batalla mediático, con fines bélicos como no puede ser de otra manera: “Cuando una guerra parece imposible de ganar porque a la resistencia le basta con seguir existiendo para que las hostilidades no cesen, la necesidad de definir lo que pasa para que la opinión asuma o rechace el esfuerzo militar, se traslada frecuentemente a lo mediático. Eso es lo que ocurre con el conflicto de Irak, que se libra tanto en el universo de la información como en el campo de batalla. ¿Cuál es por ello la cotización mediática de la muerte de Zarqaui?; ¿cómo se compara con las torturas en la prisión norteamericana de Abu Ghraib, o la masacre de civiles en Haditha?; y ¿con el trato a los reclusos de Guantanamo, o las fabulaciones de Washington sobre las armas de destrucción masiva? La única medición posible de ese valor de imagen son los sondeos, pero con una nota al pie: la reacción inmediata puede ser efímera; y de nuevo, es sólo la obra general, el balance lo que puede tener algún valor.” (‘Al Zarqaui contra Abu Ghraib’, El País, hoy)
Tiene razón Bastenier en ese viaje pero lo convierte en inútil al arrasar el campo mediático con dos misiles progresistas de largo alcance y mayor prosapia: la pulsión antiamericana y la obsesión por la equivalencia, en este caso entre terrorismo y abusos de un gobierno que los somete a permanente cuestión e investigación precisamente por ser de un Estado democrático. El campo de batalla mediático, como el político, necesita de una jerarquía de valores para que pueda operar en él la razón. La equivalencia anula el valor de las variables juzgadas al igualar los parámetros entre sí. Precisamente el resultado de tal despliegue simétrico e idéntico de valores negativos es la indiferencia del discurso, con lo que sólo quedarían dos campos de batalla, el político y el bélico.
El periodista no es un contable ni su narración un balance pulcro donde el activo tenga que ser indefectiblemente igual al pasivo. La cotización mediática de la muerte de Zarqaui no tiene su asiento correspondiente en “las torturas de la prisión norteamericana de Abu Ghraib”, porque la deshonestidad de tal comparación rompe una de las reglas del juego mediático, la veracidad. Y, desde luego, “la única medición posible de ese valor de imagen” no son los sondeos, porque hablamos de relatos, argumentos y razones, no de estadísticas dirigidas.
Hay una razón mediática, igual que una razón política, que es de orden moral, no el fiel de una romana.
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