18 de junio de 2009

Putas y puteros

A los malnacidos que persiguiendo a los puteros
condenan a las putas a la miseria

(*) Ishtar es hombre y mujer a la vez y sexualmente insaciable en ambas formas. A ella está dedicada la puerta más importante de entrada a Babilonia, la que lleva directamente al corazón de la ciudad, donde se encuentran los templos, palacios y tesoros, entre éstos tanto los legendarios como alguno real. Uno de los más fabulosos se atribuía a la primera reina del mundo, Nitocris, que quiso reinar porque pretendía ser hombre, inaugurando una saga egipcia de mujeres faraones y acogiéndose a la dualidad de Ishtar, según contaban los babilonios con más orgullo que crítica. Nitocris, estadista previsora, dejó una inscripción en una de las puertas de su templo: “Si un futuro gobernante necesita oro, que abra mi tumba”. Darío, el rey persa bajo cuyos dominios estaba entonces Babilonia, ordenó abrir el sepulcro pero sólo encontró el cuerpo de la reina conservado en miel y un ladrillo con una inscripción que condenaba su avaricia al ostracismo: “Si hubieses sido menos porfiado y codicioso, no te habrías convertido en ladrón de tumbas”. Darío arrojó el cuerpo de la reina al Éufrates y con él su propia codicia.

Siguiendo una antigua ley del país, en el templo de Ishtar se prostituyen las mujeres. Toda mujer babilonia debe ir una vez en su vida al templo y esperar al primer hombre que le ofrezca una moneda de plata. En otros templos de la diosa se prostituyen también muchachos con homosexuales, que así ganan una bendición particular de la diosa, pero sólo a las mujeres está reservado el honor supremo de servir a Ishtar. De los confines del mundo entonces conocido llegan extranjeros a someterse con placer a esa ley, pues los babilonios se retraen al ver a sus esposas e hijas sirviendo carnalmente a la diosa. Cuando Jerjes, hijo y sucesor de Darío, visita la ciudad se dirige al templo donde encuentra más de mil mujeres dispuestas al placer en el atrio, con los eunucos ordenando el tráfico sexual. Zopiro, sátrapa de la ciudad, advierte a Jerjes y sus amigos que aquellas mujeres que daban la impresión de disfrutar eran verdaderas prostitutas que simulaban servir a Ishtar. Las más codiciadas eran las ocasionales y a ellas se entrega Jerjes: “Son preferibles las mujeres a las que se ve graves y turbadas, como si de algún modo estuvieran apartadas del cuerpo que ofrendan a la deidad” (Gore Vidal, Creación). Zopiro, oficial del ejército persa, se había desfigurado adrede la cara durante el interminable y estéril asedio de sus tropas a Babilonia para simular una deserción y ganarse la confianza de sus habitantes y el favor de Darío al entregarle la ciudad. Paralelo al ambivalente sentido de Ishtar, en su doble ambición de persa y babilonio, de soldado y gobernante, Zopiro se queda sin cara pero con el trono de la lujuriosa Babilonia.

De la puta legal y el puterío público a la puta íntima y festiva a la vez que melancólica como arquetipo literario: Ilona llega con la melancolía y supera esa trampa para hacerse real. Se nos hace verosímil a fuerza de perder la inocencia y la maldad como su inversa automática en algún recodo oculto de la historia, a fuerza de sernos familiar por identificación más que por experiencia: “Gaviero loco, Maqroll jodido… y así hasta que, entrelazados y jadeantes, hicimos el amor entre risas; como los niños que han pasado por un grave peligro del que acaban de salvarse milagrosamente. Con el sudor, su piel adquiría un sabor almendrado y vertiginoso. La noche llegó de repente y los grillos iniciaron sus señales nocturnas.” (Alvaro Mutis, Ilona llega con la lluvia)

La noche ya se ha echado encima y los grillos mandan: varias Ilonas más tarde y cuando la asepsia ha desbordado el siglo más sangriento, triunfa el puritanismo de la mano de nuevos eunucos. Estos castrados mentales han vuelto y no para proteger legalmente el derecho de ejercicio de las putas sino para perseguir a los puteros y condenarlas así a la clandestinidad y a la explotación de traficantes y chulos, los nuevos bárbaros oficiales. Ya no son beatas de sacristía sino meritorias con despacho de una vieja virtud que se dedican a vestir nuevos santos. Son meritorias de pesebre porque si hay algo que determina más que la cuna es el ansia por salir del arroyo de algunos descastados. Niegan a las putas el derecho al propio cuerpo que tanto pregonan para asuntos más fúnebres. La persecución del putero impide a las putas ejercer en las mismas condiciones de libertad, seguridad y salud que cualquier otro trabajador. En el país que no se entiende sin el puritanismo y donde se asocia publicidad con libertad les prohíben anunciarse bajo amenaza de denunciar a sus clientes. Si hay algo que odian estas nuevas monjas es el espectáculo de la carne que montan las putas, un escenario que contrasta con la vergüenza íntima e inconfesable de las desoladas vidas de sus nuevas guardianas. Es la vieja batalla entre Don Carnal y Doña Cuaresma, una querencia de género que han preferido a la dualidad de Ishtar. Se han quedado con el trono pero sin cara.

Francesca Woodman: Autorretrato, Roma, 1977-78

(*) Publicado en Nickjournal el 25 de mayo de 2009.

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