15 de junio de 2006

Consenso y violencia.


Si la noticia surge cuando un hombre muerde a un perro, el relato comienza cuando el hombre muerde al hombre. Todos los remedios sociales que el hombre ha organizado para evitar que tal violencia acabe con la especie, desde el hechicero hasta su apropiación por el Estado, cuajan ahora en el anhelo furioso y uniforme de paz y consenso. El consenso como único motor de acción política es la gran excusa de los ladrones de ideas. Se equivocan quienes han certificado la muerte pública de la moral; al contrario, los valores desfilan en formación militar impidiendo el deambular de la razón política. Escuadras de diálogo, generosidad, consenso, negociación, acuden prietas las filas al servicio de la paz y conducidas por la igualdad. La equivalencia entre distintas posturas políticas, legales o no, otorga legitimidades y excluye del juego a quienes niegan la nueva ley del valor unívoco. ¿Cómo oponerse a quien afirma que cualquier propuesta no violenta cabe en el banquete de las mesas, sin que tenga que ser relegada a la cocina o al trastero? ¿Cómo evitar la exclusión al ser calificado de agorero por ponerle pegas a la paz? El partido con espíritu disputador queda relegado al bando de los violentos. Y su expulsión no rompe la uniformidad del juego porque queda fuera, no al margen.

La cancelación de la razón política consiste precisamente en esa exhibición impúdica y sin impugnación probable de valores totalitarios que parten de un gobernante vacío y, por ello, acaparador. Ya no hace falta tener proyecto político propio para gobernar con éxito porque el proyecto es la expropiación de la razón de cada ciudadano y grupo para su puesta en común en régimen de igualdad y gestión arbitraria por el poder.

La transacción continua entre propuestas es el huecograbado de la razón política, la confiscación de la capacidad y voluntad de argumentar y convencer por procedimientos democráticos. Además, esa negociación obligatoria exime al croupier de toda responsabilidad en el cambalache de vacíos. Un sentido mercantil de la política cuyo objeto no es convencer al ciudadano sino estimular en su subconsciente sensaciones agradables como la paz, el diálogo y el acuerdo entre todos. La seguridad y la manipulación del miedo contra la razón.

El consenso sólo puede ser un medio que sirva como cautela legal para reforzar la seguridad jurídica en materias principales, objeto de leyes orgánicas por ejemplo, o un medio político para salir de situaciones económicas o parlamentarias apuradas, como la gran coalición alemana. Cuando es un fin en sí mismo se convierte en el recaudador de ideas que entrega al ciudadano un único albarán, el de su disolución. Sin recibo ni factura, para evitar reclamaciones.

Hay una modalidad rococó de consenso que está teniendo gran éxito en España, el consenso de equilibrio, un pacto interno de reparto de poder y migajas entre partidos dispares en su imagen de marca pero afines en su propósito autárquico de la democracia. Una ventriloquia del poder. La siguiente fase será la simulación de proyectos, el reparto del vacío político entre propuestas vociferantes sin palabra.

1 Comentarios:

Anonymous Anónimo escribió...

El consenso atípico acabará cuando el deteriorio educativo e inmigratorio haga insuficiente el nº de presidios y la crísis económica que viene (no solo en patera...) llene este pais de parados del exterior, dispuestos a sobrevivir a cualquier precio.
Verás entonces lo que es la nueva praxis de estos desnortados.

2:02 p. m.  

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