La moral de hojalata en Günter Grass.
(El premio Nobel Gunter Grass recibe el Premio Hans Christian Andersen. Foto: Reuters)
En la biografía sobrevenida de Günter Grass hay un hecho que está pasando desapercibido: haber sido preso de los americanos al terminar la guerra. Es el hecho clave que le permitió no sólo sobrevivir sino sermonear con el discurso esperado por el europeo culpable de la guerra fría, construirse una obra cuyo prestigio intelectual y fama se alimentó del antiamericanismo. Si hubiera caído en manos rusas su vida y su carrera cultural habrían sido inciertas. Partió con ventaja y jugó sus cartas marcadas con fervor.
Su revelación ahora del paso por las SS se acoge al Código Civil: “El que ha ejecutado una obra en cosa mueble tiene el derecho de retenerla en prenda hasta que se le pague” (art. 1600) La obra de Grass es un inmueble sólido, con la expulsión de la duda como inquilino propia de lo contundente, ejecutada sobre época mueble, tan mueble e indulgente como la adolescencia, y sobre conciencia mueble, tan mueble, culposa y negligente como la europea de posguerra. Así que ha retenido en prenda el nada reprochable secreto hasta que se le ha pagado su obra, no en dinero por su editor con el aumento de ventas de sus Memorias, sino en prestigio político por los medios que fabrican lápidas y la historia de la literatura. El artículo del Código Civil que explica el momento de la revelación de Grass está en la sección “De las obras por ajuste a precio alzado”. Ese precio alzado, esa autoridad moral que siempre se ha otorgado a Grass continua con el reconocimiento del valor de la confesión por parte de sus acólitos (Editorial de El País, "Gunter 44", 17-08-2006) Desvelar el secreto no ha sido más que un ajuste final de obra.
Nada que objetar a su efímero y adolescente paso por las SS en un momento en que las levas y los destinos de los soldados alemanes se hacían cada vez a más jóvenes y con cada vez mayor arbitrariedad por las circunstancias bélicas del final de la guerra. Igual que nadie objetará a nuestros escritores su paso inocente por la recreativa OJE o su paso entusiasta por los menos inocentes MC, FRAP y otros partidillos colegas de ETA y la lucha armada en la transición.
El accidente SS no es reprochable pero su conversión ahora en cimiento de su obra sí. La marca Grass siempre ha sido un rentable concesionario de premios y castigos morales. Bendecía todo lo que opinaba. La administración del sentimiento de culpa ajeno a través del reproche a media Europa ha sido su mayor garantía de éxito y prestigio y la mejor manera de afincarse en el cuadro de honor de la moral occidental de posguerra. Esa implacable gestión de la culpa colectiva, por otro lado el verdadero objetivo de nuestra ley de memoria histórica, es el mayor reproche que podemos hacer al reprochador mayor de Europa durante décadas. Tiene mérito que su contradicción moral le haya permitido dejarnos alguna cumbre literaria como ‘El tambor de hojalata’.
En la biografía sobrevenida de Günter Grass hay un hecho que está pasando desapercibido: haber sido preso de los americanos al terminar la guerra. Es el hecho clave que le permitió no sólo sobrevivir sino sermonear con el discurso esperado por el europeo culpable de la guerra fría, construirse una obra cuyo prestigio intelectual y fama se alimentó del antiamericanismo. Si hubiera caído en manos rusas su vida y su carrera cultural habrían sido inciertas. Partió con ventaja y jugó sus cartas marcadas con fervor.
Su revelación ahora del paso por las SS se acoge al Código Civil: “El que ha ejecutado una obra en cosa mueble tiene el derecho de retenerla en prenda hasta que se le pague” (art. 1600) La obra de Grass es un inmueble sólido, con la expulsión de la duda como inquilino propia de lo contundente, ejecutada sobre época mueble, tan mueble e indulgente como la adolescencia, y sobre conciencia mueble, tan mueble, culposa y negligente como la europea de posguerra. Así que ha retenido en prenda el nada reprochable secreto hasta que se le ha pagado su obra, no en dinero por su editor con el aumento de ventas de sus Memorias, sino en prestigio político por los medios que fabrican lápidas y la historia de la literatura. El artículo del Código Civil que explica el momento de la revelación de Grass está en la sección “De las obras por ajuste a precio alzado”. Ese precio alzado, esa autoridad moral que siempre se ha otorgado a Grass continua con el reconocimiento del valor de la confesión por parte de sus acólitos (Editorial de El País, "Gunter 44", 17-08-2006) Desvelar el secreto no ha sido más que un ajuste final de obra.
Nada que objetar a su efímero y adolescente paso por las SS en un momento en que las levas y los destinos de los soldados alemanes se hacían cada vez a más jóvenes y con cada vez mayor arbitrariedad por las circunstancias bélicas del final de la guerra. Igual que nadie objetará a nuestros escritores su paso inocente por la recreativa OJE o su paso entusiasta por los menos inocentes MC, FRAP y otros partidillos colegas de ETA y la lucha armada en la transición.
El accidente SS no es reprochable pero su conversión ahora en cimiento de su obra sí. La marca Grass siempre ha sido un rentable concesionario de premios y castigos morales. Bendecía todo lo que opinaba. La administración del sentimiento de culpa ajeno a través del reproche a media Europa ha sido su mayor garantía de éxito y prestigio y la mejor manera de afincarse en el cuadro de honor de la moral occidental de posguerra. Esa implacable gestión de la culpa colectiva, por otro lado el verdadero objetivo de nuestra ley de memoria histórica, es el mayor reproche que podemos hacer al reprochador mayor de Europa durante décadas. Tiene mérito que su contradicción moral le haya permitido dejarnos alguna cumbre literaria como ‘El tambor de hojalata’.
(Portada de 'The Life and Work of Gunter Grass: Literature, History, Politics' de Julian Preece)
9 Comentarios:
Sin olvidar El Rodaballo, quizás una obra menor (y tocho mayor) que plantea el interesante tema del paso del matriarcado original de la especie humana al patriarcado prohibido del momento actual. No sé si ahora sería legal esa propuesta.
Saludos y enhorabuena por el denso comentario sobre la conciencia moral de Grass y sus avatares.
No estoy de acuerdo del todo con el articulo aunque no disiento.
Los errores cometidos por un jovenzuelo de quince anos en el caldo gordo e ignominioso de la europa de Hitler no ha de invalidar su criterio. Y tanto mas si despues durante mucho tiempo se ha dedicado a indagar y a poner de manifiesto esa rotura, ruptura y secuestro de la memoria y del pensamiento aleman.
Es decir que el pasado es vergonzante para muchos y sin ser algo que deba darse como un merito no debe emplearse como un argumento falaz ad personam. Es demasiado sencillo y, ademas, eliminaria a un buen porcentaje de los escritores y pensadores.
*aunque creo que todo esto tiene algo m'as que ver con la promocion de su ultimo libro, lo cual si me dejaria sin resuello de defensa*
Enhorabuena al blog, me hace pensar, unas veces para disentir y otras para aceptar pero siempre con buen criterio.
Amigo Bonhamled, no critico a Grass por haber estado en las SS a los 16=17 anos sino por su moralismo de decadas separando el mundo en angelical izquierda y culpables demas. Su maniqueismo y administracion de la culpa ajena es lo criticable. Ni siquiera su supuesta y probable utilizacion comercial del momento de la confesion. Saludos y disculpe los errores propios de un teclado extranjero en un portatil marciano. Bartleby.
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Querido Bart: Le hacía por el país de moda en El País, y al regresar yo y repasar blogs, hoy 28, veo que no ha podido resistir la tentación de Grass. Su moral, la de Günter, no es ni siquiera de hoja de lata, ese débil estañado prácticamente obsoleto hoy, sería mejor de hoja de cebolla. Se ha dado cuenta que en cualquier momento alguien descubriría, quitando capas, que había bicho dentro. Y lo ha aprovechado para vender libros. Un saludo.
(Segunda vez que intento darle la bienvenida y contestarle, Mr. Verle)
No quise evitar la tentación de criticar a Grass, no por la incoherencia aparente que implica su confesión y el momento elegido, sino precisamente por lo contrario: el blindaje a su discurso progresista que supone. Grass ha sido y es uno de los paradigmas intelectuales de la izquierda de posguerra y su revelación de ahora aporta esa dosis de contradicción personal que sus exégetas se apresuran a calificar de humanidad. Con ella riza el rizo, añade vida a sus teorías y refuerza la vigencia y prestigio popular de su mensaje en amplios sectores desposeídos no de riqueza sino de pensamiento propio (en tanto que amantes de consignas y reacciones sentimentales por encima de la razón descarnada). Desciende a la tierra de sus acólitos y se hace carne para poder redimirlos de sus miserias. Estoy con Vargas Llosa en que los motivos y momento de su confesión pueden haber sido el arrepentimiento, la mala conciencia, evitar el descubrimiento de ese nimio hecho por biógrafos o investigadores o –lo creo menos- por oportunidad comercial. Pero sean cuales sean los motivos son secundarios al lado del cierre vital y teórico del mensaje ideológico que ha transmitido durante décadas. Empujar a los latinoamericanos a que siguieran el ejemplo de Cuba mientras criticaba el modelo soviético para Europa es un ejemplo no ya de nuevo colonialismo sino de hipocresía intelectual.
Por otro lado, como creación y estética, el ‘Tambor de hojalata’ es una de las cumbres literarias del siglo XX.
Saludos, Bart.
Bart, no he sido capaz de leer el libro. La película, menos grassiana, si me interesa.
A ver si cogemos el ritmo de respuestas, ambos. Hasta mañana.
¿La película es del primer Schlondorff, el de la etapa buena? No puedo consultar internet y he de fiarme de mi esquiva memoria.
Tiene grandes hallazgos visuales, como la escena de la calavera en la playa. Y su principal logro es crear un lenguaje propio siendo a la vez fiel a la novela. Es decir, superar el lenguaje literario, en el fondo incompatible con el fílmico. Bart.
No del primero, primero, el de las adaptaciones de Musil etc. pero sí el maduro (circa 1979). Luego fue presa del éxito (y de alguna otra circunstancia política) y decayó irremisiblemente. La memoria, en efecto, no da para más.
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