Ruinas modernas
(Un hombre entre las ruinas el 12-S; el calendario reducido a escombros)
El principal ingrediente de las ruinas es el tiempo, no los hechos que evocan ni la belleza que suscitan. En un día como hoy, de evocación de hechos trágicos, la misma denominación del 11-S es una ruina del calendario. La pérdida del resto de letras, de su nombre entero, es la voluntad de perder lo sucedido, de reducirlo al menos devolviéndolo a su escala humana, cotidiana. Pero también y como toda conmemoración, el aniversario es un afán de detener el tiempo para evitar ilusamente que nos consuma. La necesidad de sentir sobre los muertos y el pasado en comunión con los vivos nos obliga a despojar de subjetividad a la catástrofe, al ‘suceso infausto que altera gravemente el orden regular de las cosas’. La catástrofe se objetiva por primera vez con la percepción de su suceso, por segunda con su imagen como representación simbólica –las ruinas, que cancelan su vigencia- y por tercera con su aniversario, que la desnuda de tragedia al reducir su grandeza a la actualidad. Pero como no podemos alterar permanentemente el orden regular de las cosas sin sufrir el vértigo del tiempo, lo marcamos con los mojones de las ruinas y lo regulamos con aniversarios y conmemoraciones. Así, las ruinas consuelan como reliquias que son.
“Porque se repitió lo acontecido hace muchos siglos. Las ruinas del santuario del dios del fuego fueron destruidas por el fuego.” (‘Las ruinas circulares,' Borges) Las Torres Gemelas en su esplendor eran ya ruinas laicas del santuario que erigieron los hombres cuando eran (in)conscientes de su miedo.
Y el soneto de Quevedo, que expresa la decadencia, la sensación de pérdida, constante a lo largo del tiempo:
“Miré los muros de la patria mía
si un tiempo fuertes, ya desmoronados
de la carrera de la edad cansados,
por quien caduca ya su valentía.”
El principal ingrediente de las ruinas es el tiempo, no los hechos que evocan ni la belleza que suscitan. En un día como hoy, de evocación de hechos trágicos, la misma denominación del 11-S es una ruina del calendario. La pérdida del resto de letras, de su nombre entero, es la voluntad de perder lo sucedido, de reducirlo al menos devolviéndolo a su escala humana, cotidiana. Pero también y como toda conmemoración, el aniversario es un afán de detener el tiempo para evitar ilusamente que nos consuma. La necesidad de sentir sobre los muertos y el pasado en comunión con los vivos nos obliga a despojar de subjetividad a la catástrofe, al ‘suceso infausto que altera gravemente el orden regular de las cosas’. La catástrofe se objetiva por primera vez con la percepción de su suceso, por segunda con su imagen como representación simbólica –las ruinas, que cancelan su vigencia- y por tercera con su aniversario, que la desnuda de tragedia al reducir su grandeza a la actualidad. Pero como no podemos alterar permanentemente el orden regular de las cosas sin sufrir el vértigo del tiempo, lo marcamos con los mojones de las ruinas y lo regulamos con aniversarios y conmemoraciones. Así, las ruinas consuelan como reliquias que son.
“Porque se repitió lo acontecido hace muchos siglos. Las ruinas del santuario del dios del fuego fueron destruidas por el fuego.” (‘Las ruinas circulares,' Borges) Las Torres Gemelas en su esplendor eran ya ruinas laicas del santuario que erigieron los hombres cuando eran (in)conscientes de su miedo.
Y el soneto de Quevedo, que expresa la decadencia, la sensación de pérdida, constante a lo largo del tiempo:
“Miré los muros de la patria mía
si un tiempo fuertes, ya desmoronados
de la carrera de la edad cansados,
por quien caduca ya su valentía.”
Los descubrimientos de las ruinas de Cartago, Troya, Pompeya, Luxor, configuran un mapa de ruinas que durante siglos fue ignorado por los hombres, hasta que el humanismo les fue dando valor, mediante el encargo a los arqueólogos de su exploración y medida. Quienes peregrinaban a Roma y Jerusalén en la Edad Media y el primer Renacimiento ignoraban las ruinas que se encontraban, meros obstáculos para llegar a los lugares santos que venerar. Petrarca, transeúnte por las ruinas de Roma, dedica versos a su grandeza pasada, comparándola con la decadencia en que estaba sumida. Los restos de piedras, espacios y orden que son las ruinas evocan en el espíritu sensible no sólo la grandeza sino la escala humana de la ciudad desaparecida, la capacidad constructora y arquitectónica del hombre.
La arqueología y la orfandad de épica y grandeza que empieza a sentir la Modernidad como adolescente superadora del clasicismo, van configurando un mapa de ruinas desde el XIX que el turismo generalizado consagrará al cabo de un siglo. Es entonces cuando Borges completa la operación al invertir el mapa de ruinas por las Ruinas del Mapa: “Menos Adictas al estudio de la Cartografía, las Generaciones Siguientes entendieron que ese dilatado Mapa era Inútil y no sin Impiedad lo entregaron a la Inclemencia del Sol y los Inviernos. En los desiertos del Oeste perduran despedazadas las Ruinas del Mapa, habitadas por Animales y Mendigos; en todo el País no hay otra reliquia de las Disciplinas Geográficas.” (‘El Hacedor’)
La arqueología y la orfandad de épica y grandeza que empieza a sentir la Modernidad como adolescente superadora del clasicismo, van configurando un mapa de ruinas desde el XIX que el turismo generalizado consagrará al cabo de un siglo. Es entonces cuando Borges completa la operación al invertir el mapa de ruinas por las Ruinas del Mapa: “Menos Adictas al estudio de la Cartografía, las Generaciones Siguientes entendieron que ese dilatado Mapa era Inútil y no sin Impiedad lo entregaron a la Inclemencia del Sol y los Inviernos. En los desiertos del Oeste perduran despedazadas las Ruinas del Mapa, habitadas por Animales y Mendigos; en todo el País no hay otra reliquia de las Disciplinas Geográficas.” (‘El Hacedor’)
(Ruinas modernas)
El fenómeno de adoración de las ruinas deriva en un doble canon estético y sentimental. Sabemos qué tenemos que ver y, sobre todo, qué tenemos que sentir: “Por lo general, no pienso absolutamente en nada, a pesar de los elevados pensamientos que se supone uno ha de tener en presencia de las ruinas” (Gustave Flaubert, 'Cartas de Egipto', citado por Arcadi Espada) La incertidumbre que pueda producir el desorden de los restos y la desazón que suscita el hueco, la inyección de vacío, son neutralizadas por la pureza de la sensación. La contemplación de las ruinas ha de ser devota para purificarnos de la pérdida que evocan.
La postmodernidad, aparcando por un momento su obsesiva pretensión de inaugurar el mundo, recupera el sentido clásico y original de la arquitectura, el juego de conflictos y armonías entre naturaleza e intervención del hombre, con esta visión del valor y función de las ruinas: "Las ruinas de un edificio revelan que en las partes desaparecidas o destruidas se han desarrollado otras fuerzas de la naturaleza, de manera que los elementos artísticos que aún subsisten de la obra primitiva y los elementos naturales que ya se han instalado en ella componen un nuevo conjunto, una característica unidad. Por esta razón falta en algunas ruinas su encanto peculiar, porque en ella se manifiesta patente la destrucción por la mano del hombre, que anula la oposición entre la obra humana y la acción de la naturaleza, oposición sobre la cual se funda el sentido de las ruinas como tales ruinas." ('Las Ruinas', Georg Simmel, citado por Sr. Verle en NJ)
Las ruinas como asíntota del tiempo. Volviendo al principio, al tiempo como ingrediente de un elemento espacial como son las ruinas, al tiempo como referencia que nos las hace inteligibles, aparece la necesidad de acotar su significación. Beckett habla de la "doctrina del límite" ('Murphy', Samuel Beckett, citado por Andreu Navarra Ordoño en su estudio "Beckett y las ruinas"):
El fenómeno de adoración de las ruinas deriva en un doble canon estético y sentimental. Sabemos qué tenemos que ver y, sobre todo, qué tenemos que sentir: “Por lo general, no pienso absolutamente en nada, a pesar de los elevados pensamientos que se supone uno ha de tener en presencia de las ruinas” (Gustave Flaubert, 'Cartas de Egipto', citado por Arcadi Espada) La incertidumbre que pueda producir el desorden de los restos y la desazón que suscita el hueco, la inyección de vacío, son neutralizadas por la pureza de la sensación. La contemplación de las ruinas ha de ser devota para purificarnos de la pérdida que evocan.
La postmodernidad, aparcando por un momento su obsesiva pretensión de inaugurar el mundo, recupera el sentido clásico y original de la arquitectura, el juego de conflictos y armonías entre naturaleza e intervención del hombre, con esta visión del valor y función de las ruinas: "Las ruinas de un edificio revelan que en las partes desaparecidas o destruidas se han desarrollado otras fuerzas de la naturaleza, de manera que los elementos artísticos que aún subsisten de la obra primitiva y los elementos naturales que ya se han instalado en ella componen un nuevo conjunto, una característica unidad. Por esta razón falta en algunas ruinas su encanto peculiar, porque en ella se manifiesta patente la destrucción por la mano del hombre, que anula la oposición entre la obra humana y la acción de la naturaleza, oposición sobre la cual se funda el sentido de las ruinas como tales ruinas." ('Las Ruinas', Georg Simmel, citado por Sr. Verle en NJ)
Las ruinas como asíntota del tiempo. Volviendo al principio, al tiempo como ingrediente de un elemento espacial como son las ruinas, al tiempo como referencia que nos las hace inteligibles, aparece la necesidad de acotar su significación. Beckett habla de la "doctrina del límite" ('Murphy', Samuel Beckett, citado por Andreu Navarra Ordoño en su estudio "Beckett y las ruinas"):
"Ruinas refugio cierto por fin hacia el cual de tan
lejos tras tanta falsedad. Lejanos sin fin tierra
cielo confundidos sin un ruido nada móvil. Rostro
gris azul claro cuerpo pequeño corazón latiendo
solo en pie. Apagado abierto cuatro lados a
contracorriente refugio cierto sin salida."
Para terminar sustrayéndolas del altar de la melancolía y contemplación mística al que las confinó el romanticismo: "no seamos inútilmente amargos: ciertas quiebras [ruinas] pueden ser fecundas" Cioran se refería a la novela, pero por analogía, las ruinas son un relato.
lejos tras tanta falsedad. Lejanos sin fin tierra
cielo confundidos sin un ruido nada móvil. Rostro
gris azul claro cuerpo pequeño corazón latiendo
solo en pie. Apagado abierto cuatro lados a
contracorriente refugio cierto sin salida."
Para terminar sustrayéndolas del altar de la melancolía y contemplación mística al que las confinó el romanticismo: "no seamos inútilmente amargos: ciertas quiebras [ruinas] pueden ser fecundas" Cioran se refería a la novela, pero por analogía, las ruinas son un relato.
15 Comentarios:
Bart: Bien. Las ruinas como relato y como, en Benjamin, lenguaje del drama trágico.
Yo añadiría alguna idea para su reflexión. Ruinas naturales vs. ruinas antrópicas y la diferente ecuación del tiempo de la que ambas dependen.
Y en otro orden de cosas, las ruinas artificiales, las 'creaciones' o artefactos concebidos como ruinas. Un saludo.
La primer ruina antrópica es Blogger. O nosotros tras intentar colocar fotos e imágenes. Como verá, las 2 últimas fotos -y la de "transición"- podrían ser ruinas antrópicas. Estoy preparando una reflexión sobre la función purificadora que las ruinas tienen en la voluntad humana. Su efecto solemne y declarativo que es un auténtico propósito de enmienda.
En cuanto a "Ruinas naturales vs. ruinas antrópicas", se admiten pistas; mientras tanto, le espero en la ecuación del tiempo, deslizándome por ella.
Bart.
Sobre Sagunto, las 'modernas' ruinas, hay un texto del catedrático de Derecho Administrativo Muñoz Machado, S. "La resurrección de las ruinas", en Civitas, esclarecedor de los aspectos legales del problema.
Sr. Verle: Pienso en 'ruinas naturales' y no me salen más que accidentes geológicos. Y pienso en 'ruinas antrópicas' y no me salen más que homenajes y responsos. O, directamente, hombres. Necesito luz al respecto.
Bart.
Hola, Bart.
Gracias por ofrecernos la galería de imágenes. ¡NO PODEMOS JAMÁS OLVIDAR!
No voy a entrar en disquisiciones como las que plantea el Sr. Verle. Me voy a poner a leer todo el texto, pues después las fotos y los reportajes que ví en la noche de ayer, el sentimiento que me embarga es de total y absoluta desolación. Cinco años, aunque pasen mil, seguiremos igual, peor. La Humanidad no aprende.¿Tiene derecho a llamarse Humanidad quienes no demuestan ni una pizca? Pobre Humanidad deshumanizada... Ni sé por qué me da pena, mejor pobre de servidora, por ejemplo.
(Me voy a leer, que no estoy comentando el post)
Un saludo de Alicia Rosell
Alicia: Esta mañana, una vez más he intentado hacer un comentario a tu último post, pero me ha bloqueado el acceso a internet una vez más. Vuelvo a intentarlo.
Saludos, Bart.
¡AY, Blogger de mis pesadillas!
Decididamente, Bartleby: Coincido contigo en lo de que la primer ruina antrópica es Blogger. ¿Y colgar una foto? El tiempo es Oro, pero a mí se me resbala tan preciado elemento entre los dedos como líquido aurífero; los segundos se tornan minutos, y de repente: ¡Han pasado horas!
¡Cuántas veces he llorado de rabia! Espero que puedas entrar. Otra cosa que puedes hacer es enviarme un email y lo posteo yo con tu nombre, claro. Si te parece bien, te apetece y no quieres pasarte 'horas' tontas para dejarme tu comentario. (Es una sugerencia, apreciado amigo, estoy exhausta.HOY.)
Otro abrazo. Te deseo suerte...
Alicia.
Bart: Ahora sí he podido entrar. Pero ya le dejé anoche recado en Can Arcadi sobre lo que me demandaba. Un saludo.
Tu discurso sobre las ruinas me ha recordado cosas desatendidas y ayudado a reflexionar de nuevo sobre ellas.
El xiquet de Columbretes
interesante, pensaré y volveré
Xiquet: Precisamente estoy preparando una segunda entrega de ruinas en la que el hombre se queda perplejo ante lo perdido. Yo aún diría más -como los sabios filósofos Hernández y Fernández- perplejo ante su olvido del paisaje que le rodeaba y se había convertido en costumbre. Y, en consecuencia, decide cambiar.
Pero no adelantaré acontecimientos y primero me dedicaré a tu sabroso cuento.
Saludos, Bart.
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