6 de febrero de 2007

Pará(perí)frasis de arquitecturas

(Escrito por y © Sr. Verle)

El siglo XXI se ha deslizado, suavemente continuo, tras las huellas del siglo anterior, desmintiendo, escribe A. Capitel, la espectacular y futurista condición que tanto se le auguraba. Los viejos tópicos acerca del pasado y del sentido del lugar en arquitectura, fueron reemplazados por otros nuevos acerca de la supuesta relevancia de la teoría y sobre la “atopía” y el desarraigo de la situación contemporánea, según Curtis. Pero esa arquitectura ofrece todavía pocos signos de la mudanza mental que muchos anticipaban o deseaban en las postrimerías del siglo XX. Y es porque, como resalta Koolhaas, la arquitectura sigue siendo una actividad que combina inextricablemente omnipotencia e impotencia.

Muchos arquitectos descreen del urbanismo, pero sin duda la forma de la ciudad y el territorio es más importante que la configuración de sus objetos singulares. Cada vez más, se piensa en la arquitectura como un paisaje social. Tiene que haber arquitectos incluso cuando no hay espacio para la arquitectura, dice Herzog, hasta en esos proyectos residenciales a base de torres deplorables y sin espacios públicos, podrían intervenir para que tuvieran otro impacto en el entorno... Si el arte y la arquitectura son ahora más instrumentos ideológicos que nunca es porque están más cerca del universo de las marcas.

Secuestrados por la magia simbólica de algunas obras de autor, cerramos los ojos ante la extensión anónima de la ciudad informe. Y es que la forma –entendida como sustancia inevitable de la arquitectura – es aquello que hace que la arquitectura sea mala o cualificada. Paradójicamente, la arquitectura con lo que tiene que ver es con la percepción. Algunos arquitectos, dice Siza, caen en la tentación de transformar cualquier obra en catedrales de la modernidad y eso produce una cacofonía en la ciudad.

Lo esencial del modelo territorial reside en la aceptación plácida del urbanismo de consumo... donde se produce una terrorífica mezcla de fealdad y belleza. Esa urbe sin atributos reclama fogonazos de autor que alivien la anomia narcótica del territorio sin cualidades y las arquitecturas de arte y ensayo se brindan como coartada de la ciudad genérica. Transformados en estrellas mediáticas, escribe Fernández-Galiano, los arquitectos aparecen en las revistas de modas. Este insólito reconocimiento popular se produce de forma paradójicamente simultánea al alejamiento de los arquitectos de las grandes decisiones urbanas y territoriales.

La misma profesión que durante buena parte del siglo pasado estuvo en el corazón de la revolución urbana, se halla hoy al margen de las operaciones esenciales que transforman las ciudades y el paisaje. ¿Poseen los actuales arquitectos las herramientas adecuadas para intervenir en las grandes operaciones infraestructurales, o por el contrario sus competencias los limitan a la espuma simbólica de las transformaciones físicas? No podemos formar parte de los actuales procesos de urbanización, dice Herzog, porque no tenemos un papel asignado. ¿Qué papel queremos jugar en esta clase de mercado?, se pregunta luego.

En todo el Estado, los proyectos encargados a arquitectos famosos se utilizan como exorcismo inútil y cortina de humo simbólica ante el avance tenaz del fango inmobiliario que anega el paisaje con residuos cocinados en concejalías de urbanismo... globalizado, este sistema perverso y pacífico, es una enfermedad voluntaria y su etiología es trivial, añade Galiano. El fulgor seductor de las arquitecturas singulares no deja ver a la mezquindad en penumbra... Las piezas simbólicas adquieren una importancia desmesurada en la percepción y el debate municipal, restando espacio polémico a las grandes decisiones estructurales, que a menudo pasan inadvertidas.

Falsificación, facilismo y sensacionalismo, escribe A. Miranda, se activan preferentemente en esas grandes obras que tanto nos gustan porque estimulan nuestra sensiblería más baja. El daño generado por estas arquitecturas de fama y pasarela es doblemente doloso, sus aplaudidos autores se entregan a una orgía formalista y esteticista, a la vez, deplorable y absurda. Estimulados en sus placeres solitarios, los arquitectos de firma contemplan el urbanismo con fascinación perpleja. Proponiendo incluso que la sensibilidad plástica de las obras de autor debe fertilizarse con la energía musculosa de la ciudad para engendrar frutos saludables, dando la batalla, como escribe Curtis, de reconciliar las fuerzas privadas del capitalismo consumista con la necesidad de crear ámbitos públicos. Pero en muchas ocasiones el vacío de los espacios aísla las obras de su contexto cultural, de la gente y de la propia tradición local.

¿La ciudad la hacen los planes urbanísticos y el arquitecto se limita a ejecutarlos, o viceversa? Contestaba, a la gallega, Siza Vieira en una entrevista, a la pregunta de si la arquitectura tenía capacidad para resolver los problemas de la ciudad, y añadía que siempre tenía una enorme dificultad para distinguir entre plan urbanístico y arquitectura.

Pero, por suerte, la ciudad es perezosa. Aunque políticos y arquitectos se empeñan episódicamente en configurar un paisaje voluntario, la inercia física del relieve, las trazas y el carácter dotan a la materia urbana de una memoria tenaz que se resiste a la mudanza, escribe también Fernández-Galiano.

Se suele utilizar una imagen recurrente, identificando la riqueza y la fascinación que una ciudad posee, con la variedad de los estratos “arqueológicos” que la componen como un palimpsesto. Pero Jünger recurre a otra metáfora similar, según la cual describe la ciudad como un arrecife de coral. El devenir de las mareas permite apreciar, el número de estratos, de colores cambiantes y arquitectónicamente variados, de los que la naturaleza se sirve para construir la barrera coralina, amasando esqueletos de antozoos madreporarios. Análogamente a lo que sucede, añade Dal Co, a los hombres cuando observan o estudian, condicionados por las mutaciones de la cultura o de la mentalidad, la ciudad que el tiempo les remite.

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4 Comentarios:

Blogger Bartleby escribió...

Una constante de la historia es el fracaso sitemático de toda utopía futurista: desde las previsiones catastrofistas del Club de Roma en los 70 hasta el idealismo arquitectónico de ciencia ficción. Hoy el paradigma es la dispersión: a la del individuo corresponde la del edificio y pocos arquitectos conservan la mentalidad de intervención en el entorno -sea urbano o rural- para crear espacio cívico (por así llamarlo). Pocos ya como Siza. Nada que ver esa intervención en el sentido de transformación del topos en otro lugar (pero pudiendo identificar su origen) con el religioso y tribal respeto a la naturaleza demandado por los profetas del mandamiento "integración en el entorno natural".

¡Ah!, como decía mi abuela, viene usted a mi / nuestra razón, atopía por utopía: "la “atopía” y el desarraigo de la situación contemporánea, según Curtis."

Esa atopía tiene mucho de ucronía: los nuevos rascacielos son el viejo totem de la tribu.

Saludos, Sr. Verle.

10:36 a. m.  
Anonymous Anónimo escribió...

Bart: totem y tabú. Algunos, agoreros, recuperando un remedo del dictum adorniano, propugnaban el 'no rascacielos tras el 11-S'. Otros, iconoclastas, desafiando incluso a la Giralda como nos mostró Ud. por aquí.
Pero la arquitectura parlante no es metalenguaje.
(Ya edita sin esas interesantes introducciones que nos ponían en nuestro lugar acrónico)

2:39 p. m.  
Anonymous Anónimo escribió...

Bart: desde el NJ de ayer. Otro gallo nos hubiera cantado si se hubiese tomado en consideración la propuesta suburbana de Mies (casa-patio). Pero en el momento de su formulación, las 'investigaciones' sobre la ciudad iban por otros derroteros. La situación política alemana, con la que Mies siempre pareció ambivalente, no permitía un planteamiento tan maniqueo como el de su propuesta antieconómica y, por tanto, aracionalista, en contra de la conformación capitalista de la ciudad 'moderna'. En ese ideológico planteamiento de Mies de devolución del hombre a la naturaleza, algunos señalan que no se trata del primitivismo racional de Heidegger sino más bien del irracionalismo totalizador de Nietzsche.

10:56 a. m.  
Blogger Dragut escribió...

Estimado Bart:

Lo que no es tradición, es plagio.

10:45 a. m.  

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