Umbral, el rubor del orgullo.
Los homenajes, cuanto mayor protagonismo del difunto o ausente, más fieles. Y las opiniones sobre él, cuanto más autorizadas como préstamo de gentes del oficio de escribir, mejor. Decía Somerset Maugham, a propósito de un comerciante francés de teca que se encontró viajando por el norte de Siam (que así se llamaba en la época, años treinta), sujeto de carácter bronco, “mal educado y estúpido”, que “los hombres son más interesantes que los libros, aunque tienen el inconveniente de que no te puedes saltar ningún párrafo: tienes que leer, o al menos hojear, todo el libro para poder encontrar la página buena.” (El caballero del salón).
De Umbral no te puedes saltar ningún párrafo porque el hallazgo preciso, el apunte poético, el personaje disecado o enriquecido, la fibra histórica que hila con dos anécdotas, la narración ‘buena’, entrevera su obra.
Y de la identificación entre hombre y escritor, de la encarnación del primero en el segundo y del reencuentro del autor en su escritura, decía Umbral: “Quizá la literatura sea eso. Desaparecer en la escritura y reaparecer, gloriosamente, al ser leído. Por eso no hay que hacer demasiado evidente el esfuerzo del pensamiento al escribir. Para no entorpecer la resurrección de la carne que glorifica al autor cuando es leído. Toda lectura tiene, por lo menos, este doble fondo. Hay una superficie de prosa, de ideas, y debajo, como una figura inmovilizada dentro del hielo, está el autor". (Mortal y rosa, 1975).
Esa resurrección de la carne sucede cuando se alcanza la belleza al haber dispuesto las mejores palabras en el orden justo para describir hechos y situaciones o fabricar ficciones. No sólo en poesía; también en prosa, el último refugio bogartiano de Umbral, desde el que disfrutaba de una posición privilegiada como francotirador de la estética. Su obra es un largo manual de seducción de la literatura, que lo rechazó tantas veces como admiró a través de casi todos los géneros. Su relación con la literatura es sensual, cálida, ambiciosa, totalitaria, no racional. Trabaja con tres dimensiones carnales: el tiempo, que sedimenta en su prolífica obra; la intensidad, que es la sección del tiempo que practica para apropiárselo y levantar el vuelo sobre realidades a menudo gallináceas (su querido hay que ser sublime sin interrupción); y el estilo, una ebriedad del lenguaje sin ver nunca doble. La escritura de Umbral es poliédrica no sólo porque añada dimensiones a realidades planas en cuanto conocidas o previsibles, sino porque entrega su “carne y sus huesos para que exista en su totalidad. Por eso son más reales los [sus] personajes de ficción que los de la vida real.” (W. Somerset Maugham, op. cit.).
Y a los personajes reales los descompone en planos con la plasticidad incisiva del cubismo:
De Cernuda y Gerardo Diego: “Gerardo le puso a Cernuda, en la ficha de su antología, los dos apellidos: Luis Cernuda Bidón.
-No le perdono a usted, Gerardo, el que haya aireado mi segundo apellido. Me perjudica. -Pues agradézcame, Cernuda, el que haya dado su foto de frente. De perfil tiene usted una nariz impresentable. Gerardo se defendía con la audacia de los tímidos.
(...) Pero Luis no salía de sus intimidades y quimeras desoladas, siempre entre la realidad del efebo que cobra y el deseo hecho lenguaje.”
De Dámaso Alonso: “Dámaso me enseñó su biblioteca alta como se enseña una muralla romana y me enseñó su biblioteca subterránea como se enseña una bodega de vinos.
En sucesivas visitas me ponía mucha vodka con fanta.
(...) Gerardo lo mete prematuramente en su antología del 27 y no se equivoca: muchos años más tarde, Dámaso, el crítico de esa generación, el inquisidor de Góngora, daría grandes poemas.
(...) Luego fui vecino de Dámaso Alonso. Me lo encontraba en el banco o por los jardines del barrio, dando un paseo agotador, de sombrero y cuello de porcelana.
-Me ha dicho el médico que pasee, Umbral.
-Le acompaño un poco, Dámaso.
-En su libro Los males sagrados, Umbral, es ambigua la edad del protagonista narrador.
-La ambigüedad es deliberada, Dámaso, como usted sabe, y me parece que eso le añade poesía, por decirlo de alguna forma, al relato. Lo salva del costumbrismo. Del historicismo.”
[El costumbrismo como pariente pobre del historicismo, la gran acusación que las almas cándidas y lerdas le hicieron]
De Carpentier: “Fuimos buenos amigos y siempre que pasaba por Madrid me invitaba a almorzar en el Palace, con su esposa. El día que me habló de mi primer y lontano libro, un libro sobre Larra, sentí el rubor del orgullo o el orgullo del rubor.” (Trilogía de Madrid. Memorias, 1984).
Umbral, un rumor constante de literatura, un cuello de porcelana que sentía el rubor del orgullo sin interrupción y por quien sentimos el orgullo del rubor por haberlo leído.
Esa resurrección de la carne sucede cuando se alcanza la belleza al haber dispuesto las mejores palabras en el orden justo para describir hechos y situaciones o fabricar ficciones. No sólo en poesía; también en prosa, el último refugio bogartiano de Umbral, desde el que disfrutaba de una posición privilegiada como francotirador de la estética. Su obra es un largo manual de seducción de la literatura, que lo rechazó tantas veces como admiró a través de casi todos los géneros. Su relación con la literatura es sensual, cálida, ambiciosa, totalitaria, no racional. Trabaja con tres dimensiones carnales: el tiempo, que sedimenta en su prolífica obra; la intensidad, que es la sección del tiempo que practica para apropiárselo y levantar el vuelo sobre realidades a menudo gallináceas (su querido hay que ser sublime sin interrupción); y el estilo, una ebriedad del lenguaje sin ver nunca doble. La escritura de Umbral es poliédrica no sólo porque añada dimensiones a realidades planas en cuanto conocidas o previsibles, sino porque entrega su “carne y sus huesos para que exista en su totalidad. Por eso son más reales los [sus] personajes de ficción que los de la vida real.” (W. Somerset Maugham, op. cit.).
Y a los personajes reales los descompone en planos con la plasticidad incisiva del cubismo:
De Cernuda y Gerardo Diego: “Gerardo le puso a Cernuda, en la ficha de su antología, los dos apellidos: Luis Cernuda Bidón.
-No le perdono a usted, Gerardo, el que haya aireado mi segundo apellido. Me perjudica. -Pues agradézcame, Cernuda, el que haya dado su foto de frente. De perfil tiene usted una nariz impresentable. Gerardo se defendía con la audacia de los tímidos.
(...) Pero Luis no salía de sus intimidades y quimeras desoladas, siempre entre la realidad del efebo que cobra y el deseo hecho lenguaje.”
De Dámaso Alonso: “Dámaso me enseñó su biblioteca alta como se enseña una muralla romana y me enseñó su biblioteca subterránea como se enseña una bodega de vinos.
En sucesivas visitas me ponía mucha vodka con fanta.
(...) Gerardo lo mete prematuramente en su antología del 27 y no se equivoca: muchos años más tarde, Dámaso, el crítico de esa generación, el inquisidor de Góngora, daría grandes poemas.
(...) Luego fui vecino de Dámaso Alonso. Me lo encontraba en el banco o por los jardines del barrio, dando un paseo agotador, de sombrero y cuello de porcelana.
-Me ha dicho el médico que pasee, Umbral.
-Le acompaño un poco, Dámaso.
-En su libro Los males sagrados, Umbral, es ambigua la edad del protagonista narrador.
-La ambigüedad es deliberada, Dámaso, como usted sabe, y me parece que eso le añade poesía, por decirlo de alguna forma, al relato. Lo salva del costumbrismo. Del historicismo.”
[El costumbrismo como pariente pobre del historicismo, la gran acusación que las almas cándidas y lerdas le hicieron]
De Carpentier: “Fuimos buenos amigos y siempre que pasaba por Madrid me invitaba a almorzar en el Palace, con su esposa. El día que me habló de mi primer y lontano libro, un libro sobre Larra, sentí el rubor del orgullo o el orgullo del rubor.” (Trilogía de Madrid. Memorias, 1984).
Umbral, un rumor constante de literatura, un cuello de porcelana que sentía el rubor del orgullo sin interrupción y por quien sentimos el orgullo del rubor por haberlo leído.
Etiquetas: Literatura
9 Comentarios:
Si se despoja a Umbral de su egolatría y de su vanidad mediática, que es mucho despojar, aparece el escritor con perspectiva de la literatura, como cuando opina sobre el realismo:
”El realismo nunca llega a ser realismo. Es mentira. Ni siquiera en una memoria. En las memorias, el personaje que narra, por el sólo hecho de hablar de él mismo, se vuelve literario. El último hallazgo del llamado realismo fue la literatura social. Entre nosotros, los españoles, ya estaba en la picaresca, y luego en Galdós. En nuestro siglo aparece el socialismo; esto da fundamento y sentido a la novela y a la poesía realista en su vertiente social. Ya se pasó la época del realismo social. De vez en cuando aparece algún libro que trata de revitalizarlo, pero son sólo deseos de renovar una fórmula. Ahora, por ejemplo, puede denominarse realista a una novela que da una visión de la guerra civil, aunque no cuente lo que fue la guerra civil…”
... o sobre la novela social, que viene a ser lo mismo:
“La novela no tiene objetivos, y si los tiene está perdida. Si una novela tiene objetivos políticos es una mala novela. La novela se hace a sí misma.”
Trilogía de Madrid es un buen ejemplo de cómo este hombre daba lecciones de historia de la literatura con tres brochazos, como en la selección que publica usted, Bartleby.
Bart: No conocía su devoción. Su obituario, lejos de la necrología blogisto-periodística, se agradece. La verdad es que nunca he tenido tiempo de leer la 'literatura' de F.U. aunque sí sus columnas y negar su ingenio (derechona, etc.) es tan lacayuno como negar su egotismo. Lo malo es que se creyó que tenía reservado un lugar en el paraíso, y eso no lo decides tú.
Devoción juvenil, Sr. Verle, y ceñida a los dos libros que comento porque tampoco me dediqué a perfeccionar el conocimiento de Umbral más adelante. Decayó cuando su época (sus motivos literarios, sus personajes, la sociedad de sus crónicas) decaía también. Consecuencia de cultivar géneros tan dependientes de la actualidad. Pero aquí radica su miseria y su grandeza. En el riesgo asumido cada día cuando se renuncia al Olimpo de la 'comunidad literaria' y se faja uno en corto con la literatura. Renunció al mito aunque cayó en el rito. Pero no he querido hablar de poses, vanidades y oropeles que impedirían ver los árboles de su literatura. Los cuales, como en la naturaleza, sólo empiezan a vislumbrarse al atardecer, cuando el sol decadente saca perfiles y colores (y rubores) a cada uno de los árboles. Que 80 fueron muchos.
Bart: ¿Pero de verdad lo que escribió pertenece a ese género verdadero de lo perdurable? ¿No hay un formalismo precioso, preciosista y preciado, pero cuyo contenido de trascendencia, en el sentido menos escatológico, deja mucho que desear?
Santiago: De acuerdo con que Umbral sabía trascender el regate corto de mucho de lo que escribía y así aparece su "perspectiva de la literatura". Pero, contradictorio como era o, mejor, bastante cautivo de estilo y los géneros que practicaba, incurrió con frecuencia en el realismo social que denunciaba.
Saludos tras mucho tiempo sin verle por aquí.
Sr. Verle: Lo que escribe, más la resultante de lo que escribe, sí perdurará. Y trasciende al escribirlo. No digo que sea un gran escritor (de esos de canon literario por siglo), creo que él mismo jamás lo pretendió en su fuero interno, pero creaba imágenes, sacaba tendencias a hechos simples o situaciones aisladas. Sí se elevaba por encima de la calderilla en la que tan bien se movía. Por no hablar de uno de sus principales valores, el de columnista, donde me gusta bastante menos porque ahí neutraliza su prosa en combates secundarios, chispazos aparte. (Tan lejos de Ruano).
Una prueba de su valía literaria es tomar al azar cualquier pasaje de cualquiera de sus obras:
"Entre Getafe y la carretera de Toledo había unas viviendas protegidas, unos solares del fútbol analfabeto y unos chicos que robaban motos y pinchaban las ruedas de los coches. En aquellas viviendas protegidas, de ladrillo visto, vivía Lola Machado, muchacha alegre y violenta, comunicativa y bellísima, canalla y sensible como una infanta.
A Lola Machado la conocí en una verbena del barrio, bajo las estrellas de culo de vaso que tiene la verbena de la madrugada, bailando (...)”
¿Manifiestamente mejorable? Sin duda. Pero hay fogonazos literarios y poéticos ("estrellas de culo de vaso que tiene la verbena de la madrugada"), que trascienden el costumbrismo o el relato del cronista urbano. Igual que su apunte de “vodka con fanta” referido a Dámaso Alonso retrata la vida cotidana de ese personaje.
Bart: Acabaré convencido por Ud. para que me convierta al umbralismo. La verdad es que es Umbral más postmoderno que los jóvenes leones, y escribones, de Nesquik. Le he encontrado esto: "(Por el cielo de España volaban los obispos como los ángeles renacentistas por los cuadros de la época.)" No, si acabaré leyéndole.
Muy bueno, Bart. Perdona que no te haya respondido al emilio, que he leído esta tarde, ya que este mes me estoy moviendo de un sitio a otro y no me he ocupado de mi correo.
Hoy en Ideal de Granada aparece un artículo muy lúcido de Andrés Neuman sobre Umbral, del que extraigo esta definición de César Vallejo apuntada por el Maestro, chispazo poético que ilumina con unas cuantas palabras lo que otros no aciertan a decir en una tesina:" César Vallejo escribía como un niño que escribiera como un hombre. César Vallejo escribía con tiza."
Hola Bartleby ¿está por aquí?. Muy bueno su artículo. Me ha dado un empujoncito hacia Umbral que, combinado con la insistencia de las bibliotecas que te lo meten bajo el brazo en homenaje póstumo, me hará difícil escapar de su lectura. Hojearlo cuando menos. Lo digo así porque tengo el pálpito de que no me va a gustar, eso sí, usted tiene una admiradora, ha sido un verdadero placer leerle.
Le dejo el comentario aquí porque no hay manera de colgarlo en su página, ya he tenido ese problema otras veces.
Desde este lado del mar, lo vemos como un gran escritor. Allende sus vanidades y su derechismo, creo que el juicio es justo.
Saludos
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