Amor en tiempos disueltos
(Este texto fue publicado el 30 de marzo en el blog Nickjournal. Aparece aquí y ahora destinado a otros paseantes)
←≈◊∞≈∫≈∞◊≈→ ¿Qué noticias hay del amor en esta época de legislación del deseo?
(Donata Wenders, 'The heart is a sleeping beauty', 2000)
Las oficiales dicen que “el logro de la igualdad en nuestra sociedad requiere no sólo del compromiso de los sujetos públicos, sino también de su promoción decidida en la órbita de las relaciones entre particulares”. (Ley Orgánica para la Igualdad Efectiva de Mujeres y Hombres). Para conseguir esa “perfecta igualdad que no admitiera poder ni privilegio para unos ni incapacidad para otros” (John Stuart Mill), se persigue a todos aplicando “la dimensión transversal de la igualdad, seña de identidad del moderno derecho antidiscriminatorio” (principio fundamental de esta ley).
Esa igualdad universal e inodora, con el prójimo a primera vista pero sin compromiso (sin proyecto común), sin tocamientos, es la asepsia organizada en espectáculos como el Masturbate-a-thon: una masturbación colectiva en lugar público, sin derecho a tocarse y con fines solidarios debidamente redentores. Ley y conducta pública, felizmente unidos.
Contra la actual soberanía de ambas, el instinto soberano y la (sin)razón inalienable del amor. A la transversalidad con vocación totalitaria de la ley, el amor opone una verticalidad hecha con elevación del espíritu y vísceras puestas en columna. Con la guerra, que comparte su carácter de grandeza, generosidad y destrucción, son dos fuerzas nobles que resisten a los modernos agentes del orden: igualdad, solidaridad e intercambio de identidad.
El ejército de amantes y amados de Fedro, el más fuerte por el valor y arrojo que les otorga Eros, se opone a la inmensa tropa en movimiento conducida por Jerjes a la guerra contra Grecia. Pero ambos se funden en la belleza. Jerjes detiene el ejército persa, nutrido por todas las razas y tribus de la Antigüedad, al admirar un simple árbol que encuentra en el camino, un plátano al que “prendado de su belleza, regaló un aderezo de oro y señaló para cuidar de él a uno de los guardias que llamaban los inmortales” (Herodoto, Historia). “Concluyo, dice Fedro, diciendo que, de todos los dioses, el amor es el más antiguo, el más augusto y el más capaz de hacer al hombre virtuoso y feliz durante la vida y después de la muerte”. Contra esa virtud, la fuerza lúbrica del persa y el Poema de amor a una chica que hacía striptease.
El amor empieza con un encuentro, un choque frontal de trenes de deseo inútilmente vigilados. Sigue con la desaparición de los demás y lo demás, con su retirada al limbo, y con la construcción de algo nuevo que se hace con una intensidad vital excluyente de otros menesteres. Ese proyecto nuevo es un compromiso a través del cual, desde el Eros griego, se descubre algo de verdad personal. Descubrimiento siempre trágico y felizmente sin utilidad pública, sólo para salvarse o condenarse; no hay billete de vuelta a la casilla de salida porque el amor es una extravagancia, la que más nos separa de lo cotidiano.
(Ramón Zabalza: Aluche, Madrid, 1974)
El amor escupe la grasa de la moral al nacer. Se deja de deber cuando se ama, se suspende la obligación moral hacia los otros y hacia el propio amado. Hijo de la necesidad sexual sólo él es capaz de superar la moral como necesidad. Frente al querer, es energía, no conducta. Dice Nietzsche: “En otro tiempo el espíritu amó el ‘Tú debes’ como su cosa más santa: ahora tiene que encontrar ilusión y capricho incluso en lo más santo, de modo que robe el quedar libre de su amor: para ese robo se precisa el león.” Para el amor y para la liberación última del deseo se precisa incluso un tigre (William Blake):
El amor en su sentido originario expresa el deseo, gestado sobre todo como pasión sexual. “¡Traedme mi arco de oro ardiente! / ¡Traedme mis flechas de deseo!”, dice el mismo Blake. Empieza con la enajenación (de sí y de lo público), sigue con el crimen del amado y termina con el propio. Si pueden ser simbólicos, mejor. El amor siempre tiene algo de instinto asesino, aunque sea incruento: “¡Al Amor, al dulce Amor, se le creyó un crimen!”, sigue diciendo Blake.
Hay amores que atan, como el de Travis, a sí mismo. El amor tiene un tiempo -presente continuo- y un lugar, una caravana al borde del desierto. Ambulante, está condenado a errar; inestable, vive en el error. Toda historia de amor termina en un monólogo, último reducto del mismo espíritu que lo forjó. Su mundo en un peep-show:
Esa igualdad universal e inodora, con el prójimo a primera vista pero sin compromiso (sin proyecto común), sin tocamientos, es la asepsia organizada en espectáculos como el Masturbate-a-thon: una masturbación colectiva en lugar público, sin derecho a tocarse y con fines solidarios debidamente redentores. Ley y conducta pública, felizmente unidos.
Contra la actual soberanía de ambas, el instinto soberano y la (sin)razón inalienable del amor. A la transversalidad con vocación totalitaria de la ley, el amor opone una verticalidad hecha con elevación del espíritu y vísceras puestas en columna. Con la guerra, que comparte su carácter de grandeza, generosidad y destrucción, son dos fuerzas nobles que resisten a los modernos agentes del orden: igualdad, solidaridad e intercambio de identidad.
El ejército de amantes y amados de Fedro, el más fuerte por el valor y arrojo que les otorga Eros, se opone a la inmensa tropa en movimiento conducida por Jerjes a la guerra contra Grecia. Pero ambos se funden en la belleza. Jerjes detiene el ejército persa, nutrido por todas las razas y tribus de la Antigüedad, al admirar un simple árbol que encuentra en el camino, un plátano al que “prendado de su belleza, regaló un aderezo de oro y señaló para cuidar de él a uno de los guardias que llamaban los inmortales” (Herodoto, Historia). “Concluyo, dice Fedro, diciendo que, de todos los dioses, el amor es el más antiguo, el más augusto y el más capaz de hacer al hombre virtuoso y feliz durante la vida y después de la muerte”. Contra esa virtud, la fuerza lúbrica del persa y el Poema de amor a una chica que hacía striptease.
El amor empieza con un encuentro, un choque frontal de trenes de deseo inútilmente vigilados. Sigue con la desaparición de los demás y lo demás, con su retirada al limbo, y con la construcción de algo nuevo que se hace con una intensidad vital excluyente de otros menesteres. Ese proyecto nuevo es un compromiso a través del cual, desde el Eros griego, se descubre algo de verdad personal. Descubrimiento siempre trágico y felizmente sin utilidad pública, sólo para salvarse o condenarse; no hay billete de vuelta a la casilla de salida porque el amor es una extravagancia, la que más nos separa de lo cotidiano.
(Ramón Zabalza: Aluche, Madrid, 1974)
El amor escupe la grasa de la moral al nacer. Se deja de deber cuando se ama, se suspende la obligación moral hacia los otros y hacia el propio amado. Hijo de la necesidad sexual sólo él es capaz de superar la moral como necesidad. Frente al querer, es energía, no conducta. Dice Nietzsche: “En otro tiempo el espíritu amó el ‘Tú debes’ como su cosa más santa: ahora tiene que encontrar ilusión y capricho incluso en lo más santo, de modo que robe el quedar libre de su amor: para ese robo se precisa el león.” Para el amor y para la liberación última del deseo se precisa incluso un tigre (William Blake):
¡Tigre! ¡Tigre! Luz llameante
En los bosques de la noche,
¿Qué ojo o mano inmortal
pudo idear tu terrible simetría?
En los bosques de la noche,
¿Qué ojo o mano inmortal
pudo idear tu terrible simetría?
El amor en su sentido originario expresa el deseo, gestado sobre todo como pasión sexual. “¡Traedme mi arco de oro ardiente! / ¡Traedme mis flechas de deseo!”, dice el mismo Blake. Empieza con la enajenación (de sí y de lo público), sigue con el crimen del amado y termina con el propio. Si pueden ser simbólicos, mejor. El amor siempre tiene algo de instinto asesino, aunque sea incruento: “¡Al Amor, al dulce Amor, se le creyó un crimen!”, sigue diciendo Blake.
Hay amores que atan, como el de Travis, a sí mismo. El amor tiene un tiempo -presente continuo- y un lugar, una caravana al borde del desierto. Ambulante, está condenado a errar; inestable, vive en el error. Toda historia de amor termina en un monólogo, último reducto del mismo espíritu que lo forjó. Su mundo en un peep-show:
Etiquetas: Costumbres
8 Comentarios:
Una coplilla de amor, Bartleby, a cuento de la renuncia que hace Travis en el vídeo y es tan propia del amor. Una renuncia que es un antídoto contra la invasión basal en que puede convertirse el amor.
La renuncia (Andrés Eloy Blanco), Monte Ávila ed.
"He renunciado a ti. No era posible.
Fueron vapores de la fantasía;
son ficciones que a veces dan a lo inaccesible
una proximidad de lejanía.
Yo me quedé mirando como el río se iba
poniendo encinta de la estrella...
hundí mis manos locas hacia ella
y supe que la estrella estaba arriba...
He renunciado a ti, serenamente,
como renuncia a Dios el delincuente;
he renunciado a ti como el mendigo
que no se deja ver del viejo amigo;
como el que ve partir grandes navíos
con rumbos hacia imposibles y ansiados continentes;
como el perro que apaga sus amorosos bríos
cuando hay un perro grande que le enseña los dientes;
como el marino que renuncia al puerto
y el buque errante que renuncia al faro
y como el ciego junto al libro abierto
y el niño pobre ante el juguete caro.
He renunciado a ti como renuncia
el loco a la palabra que su boca pronuncia;
como esos granujillas otoñales,
con los ojos estáticos y las manos vacías,
que empañan su renuncia, soplando los cristales
en los escaparates de las confiterías...
He renunciado a ti, y a cada instante
renunciamos un poco de lo que antes quisimos
y al final ¡cuántas veces el anhelo menguante
pide un pedazo de lo que antes fuimos!
Yo voy hacia mi propio nivel. Ya estoy tranquilo.
Cuando renuncie a todo, seré mi propio dueño;
desbaratando encajes regresaré hasta el hilo.
La renuncia es el viaje de regreso del sueño..."
En El Banquete de Platón el objeto del diálogo es el Amor. Hablando del amor se conjuran sus demonios. La renuncia al deseo que cita Santiago es el camino para recuperar la propiedad de ser y la libertad... ¿para volver a desear?
El autentico amor, el que se vive con la fogosidad mutua, arrastra a los enamorados por la pendiente de porcelana que los aísla de las corrientes externas. Es capaz de alejarlos del mundo para crear el propio, que a su vez necesita del primero para desarrollarse y tener futuro. Todo se resume en saber intuir, entrambos, el regreso.
Un abrazo.
El amor se encuentra directamente relacionado con el bienestar, salvo que se sea masoquista.
Aunque, bien pensado, el masoquista se siente bien, invadido de malestar.
En todo caso, a falta de cultura, donde estén unos buenos huevos fritos en aceite de oliva...
Ahora los huevos son tecnológicos y la gente se mata por los mejores [tipo 'play station'].
Yo, en confianza, prefiero no tocármelos, aunque resulten antiguos y, sobre todo, oxidados.
Por eso, gracias a la legislación española sobre igualdad, me he cambiado de sexo [aquí le llaman género] para que me hagan Secretaria Autonómica para el Deporte.
Como le han hecho a Niurka Montalvo en la Comunidad valenciana.
Lástima que no sea negro.
---
http://www.lacoctelera.com/elquiciodelamancebia
Antológico el monólogo de Travis, estimado Bart. ¿Es el amor un enganche tan grande como para matarse a sí mismo? Porque no creo que al estado de euforia del enamoramiento, que acaba en sufrimiento, se le pueda llamar Amor. En esto, servidora que es romántica -y esto puede parecer contradictorio-, prefiere achacarle los méritos a las ‘feromonas’.
Y es aquí donde no concibo sino que el amor vaya unido al deseo. Pero cuando el amor mata al deseo es el que más ama en la pareja quien se vuelve peligroso para el objeto de su deseo. Aparecen los celos y un dolor inmenso, con resultados predecibles, sin embargo. La constatación: a diario, en los telediarios.
El amor hay que alimentarlo y es cuando se descuida que se pasa del enganche a quererse librar de él a como dé lugar, ¿quizá para poder volver a enamorarse y desear de nuevo? Si es así, es el Deseo el que impera sobre el Amor. Entonces me pierdo... porque si me remito a la historia de Adán y Eva y el concepto de pecado que Dios creó con la primera tentación del diablo hacia la mujer, ya estamos ante el primer castigo de género. ¿Acaso no era Deseo coger la manzana, aquello que estaba prohibido?
Quiero creer en un amor 'espiritual' hacia el objeto de nuestra pasión, que de seguro será más duradero, por aquello de mantener la cabeza fría sin mancillar la templanza. Lo difícil es encontrarlo.
Haz el amor y no la guerra -bella frase-, pero como bien dices, Bart, son la guerra y el amor las que manipulan nuestras conductas.
Amar implica sufrir: entonces, mejor no llamemos amor al deseo ni nos creemos confusión.
Un abrazo, Bartleby. Buen tema para reflexionar a estas horas de la madrugada.
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