Arte y periodismo: El orinal de Duchamp (y II)
Marcel Duchamp, 1921
Marcel Duchamp, Desnudo bajando la escalera No. 2, 1912.
Nos habíamos quedado en que la política imita al arte sin estética igual que el arte a la realidad sin utilidad.
El valor social de las obras políticas se fija cada vez más por el periodismo. Lo que no se publica más de un día y se comenta con reiteración en los siguientes tiende a no existir. A su vez, es sabido que la noticia de hoy sirve para envolver el pescado de mañana. Pero también que la exclusiva de hoy -entendida como primicia, el que ofrece primero la noticia o la crea- es el comentario múltiple de mañana, siempre que esa primicia sea creación, es decir, deje de ser clónica, idéntica a otras. Si la noticia es sólo un producto de serie industrial no deja huella. Pero si la noticia seriada (y aún más la noticia creada, original) se eleva a los altares de la opinión pública como el orinal de Duchamp a los de la comunidad artística, será adorada cual becerro de oro.
Ese salto sucede por varios mecanismos. Uno de ellos es la firma del periodista, equivalente a la marca en moda, siempre que esa firma tenga capacidad de trasmitir y recibir la opinión huérfana de los ciudadanos, que en algunas épocas –la actual- son “los esperando portavoz”. Pero, a diferencia del mecanismo unívoco de creación de valor que domina la comunidad artística, en periodismo hay varias y contrapuestas comunidades mediáticas que tienden a anularse entre si. Con lo que la proyección pública y la duración de la noticia depende de su dominio del tiempo y de que sea capaz de contar una historia, de una vez o en una serie.
La combinación de ambos factores –tiempo e historia- es el motivo del éxito de los blogs.
Si en el colegio nos enseñaban que el tiempo es intangible (y no en la asignatura de Juegos Dirigidos), la única manera de verlo es a través de la sucesión de fenómenos que podemos observar, o la huella que éstos dejan al transformarlos en noticias o al ser recreados mediante comentarios periodísticos.
Una de las posibilidades más antiguas del arte es contar historias. En una obra o en la obra del autor. Por eso las instalaciones y los happenings dejan una impresión, una reflexión, no una huella, que tampoco es su intención. En épocas y lugares en que la lectura no es un bien común, las imágenes sirven para transmitir a los demás todas las historias posibles: religiosas, épicas, fantásticas, ejemplares. [Estas 4 últimas son el gran hallazgo del nacionalismo]
Aclarados los mecanismos paralelos de formación de valor en el arte y en los medios de comunicación, ¿valen igual todas las obras y todos los artículos? Es conocido el proceso de transformación de una mancha en arte o de un insulto en noticia. De este planteamiento no se deriva ninguna licencia para igualar el valor artístico de las obras ni el valor informativo de las noticias (por extensión, de lo publicado) Es decir, si no todo vale igual, no todo vale. Y si en terrenos tan resbaladizos como estos dos –arte y política vista a través de los medios- no hay unidad de medida objetiva que nos desvele el misterio del valor desde que la Academia se cerró en un caso y la cultura con modales se perdió en el otro, ¿cómo saberlo?
Hay pistas: aquellos medios de comunicación y modos de informar, escribir y publicar que nacen –cada día- muertos, sin eco (y no por falta de recursos para tenerlo), sin credibilidad porque aburren a lo largo del tiempo y, sobre todo, sin verosimilitud de la historia que cuentan. [A propósito del aviso dado por Avui a los militares de que eviten la prostitución de sus madres en Cataluña, ¿es Avui la unidad de medida perdida?]
El sentido de valor que tiene y al que se somete toda obra de arte es distinto al criterio de valor y utilidad utilizado para el objeto. El primero se forma por convenciones sociales y relaciones culturales; el segundo, por su función en los procesos de producción, consumo y uso.
Tomemos el ejemplo -dice George Dickie- de un vendedor de dispositivos sanitarios que expone sus mercancias ante nosotros. Hay una diferencia importante entre “exponer ante” (tarea que puede hacer el viajante) y “conferir el estatuto de candidato a la apreciación” (el galerista y su tropa, llamados comunidad artística) Se resalta esa diferencia si se compara la acción del vendedor con el acto superficialmente similar de Duchamp, al enviar su urinario a la exposición. La diferencia radica en el hecho de que este último acto se inscribía en el contexto institucional del mundo del arte, mientras que la acción del viajante de artilugios sanitarios queda fuera, es tan humilde como real. Sin embargo, el añorado viajante confiere otro valor al orinal, el económico, más allá de su valor de producción y uso.
El gesto de Duchamp es uno de los límites externos del arte contemporáneo. Más allá no hay, en la misma dirección, más que la simple e inútil repetición de ese gesto (hoy, por cierto, repetido hasta la saciedad). En resumen, tenemos un modelo de relaciones definido por el triángulo objeto-autor-espacio de exposición, en el que el primero se puede convertir en obra de arte sólo mediante la reunión de las siguientes condiciones:
- un acto creador o transformador del objeto por el autor o artista, que es siempre un acto eminentemente individual, libre y relativamente aislado;
- un sistema de pautas culturales inmerso en otro de relaciones sociales.
La condición 2 es por si mismo insuficiente para conferir a un objeto la cualidad de, en este caso, obra de arte. Sólo la intervención del autor, caracterizada por la investigación y creación, completa el proceso.
El gesto de Duchamp en periodismo es un gesto continuo y sostenido, una actitud que sepa ver el tiempo como sucesión de fenómenos que podemos observar, contar la historia que subyace en ellos, ser verosímil (previamente, inteligible) en el empeño, resultar creíble para el lector y todo ello con estilo… pero sin que el estilo anule la narración. En arte, sin que la estética anule la obra y su proceso de creación.
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