Arte y política: El orinal de Duchamp (I)

La política imita al arte sin estética igual que el arte a la realidad sin utilidad.

En 1917 Marcel Duchamp fue invitado por la galería Grand Central de Nueva York a formar parte del jurado de una exposición de artistas independientes. Sin informar a nadie, el propio Duchamp envió para exponer este urinario firmado con el seudónimo "R. Mutt". Su Fuente fue rechazada para la exhibición.

Con esta actitud provocadora Marcel Duchamp quiso mostrar su rechazo a las formas tradicionales del arte -pintura y escultura- como medios de expresión, y su oposición a la idea de que el arte y el artista tienen una "naturaleza especial" distinta a la de los hombres y objetos ordinarios. Su gesto de enviar a la exposición un producto comercial fabricado en serie y firmado por un artista inexistente, se oponía a la sacralización de la obra de arte como creación única e irrepetible, salida de las manos de un genio. Este desafío antiartístico proponía romper con las barreras del arte y ampliar sus horizontes.

Pero los que le siguieron convirtieron la ruptura en nueva sacralización del orinal –toda revolución se supera asimilándola o anulándola- elevando el objeto artístico a los altares al situarlo en un espacio sagrado como es un museo o una galería, para ser admirado y venerado por los fieles.

En su defensa del orinal, Duchamp escribió: "No importa si el Sr. Mutt construyó o no la Fuente. Él la eligió. Tomó un objeto de la vida diaria, lo situó de manera que perdiera su sentido práctico, le dio un nuevo título y punto de vista y creó un nuevo significado para ese objeto." Con ello, Duchamp coloca la esencia del acto artístico en la idea y selección del objeto, no en la creación ni en la imagen visual de la obra. Así, el artista se libera de la manualidad y, por tanto, de la técnica, que la tradición artística entendía como indisolubles del acto creador.

En las artes, el objeto representado o motivo de la obra sólo se convierte en obra de arte cuando se sitúa en el espacio socio-cultural del museo o la galería. Por lo tanto, el objeto aislado adquiere función artística, condición de obra de arte, cuando es socializado a través de las relaciones autor-espectador-comunidad artística. Esto es tan viejo como Walter Benjamin en su ensayo de 1936 "La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica."

Y el discurso aislado adquiere función política cuando el ciudadano es socializado a través de las relaciones político-medios-intelectual (orgánico) Cuando, además, el ciudadano es homologado por ese mecanismo, la política cumple una función nacional, tribal.

La transgresión de Duchamp duró poco, con el resultado final contrario: cualquier objeto u obra es reconocido como arte si la comunidad artística lo bendice. Algo parecido pasa en política, donde ese papel de sacerdote lo juegan hoy esa endogamia de juntos y revueltos formada por la clase política con sus medios e intelectuales de guardia. Con la diferencia de que no consta en la historia reciente un intento de subversión en política como el vivido en el arte. Así, los medios son hoy el ágora griega –con los intelectuales de periodistas-, convertida ésta en espacio público de representación y consagración del político y de su discurso como instrumentos de dominación. O, peor, fabricándole el discurso.

El objeto hecho en serie (el urinario industrial, el discurso político), adquiere naturaleza de arte al ser sustraído a su función original (mear, dirigir) y ser colocado en el espacio artístico o mediático. Así es como la política deja de ser real y útil. En el arte, el orinal o el tornillo cobran función artística cuando dejan de ser útiles como tales y son intervenidos por el artista, siempre integrándolos en el entramado de relaciones culturales del momento. En la política, el discurso adquiere su función cuando deja de ser útil (a los ciudadanos, no a sus sacerdotes) y es intervenido por los medios.

Pero lo que en arte puede ser estética, en política puede resultar estéril aburrimiento. Lo que en el arte fue ampliación de horizontes, en política es local estrechez de miras.

(Continuará)