7 de febrero de 2006

Hacienda y Poesía

(El violín de Ingres, Man Ray, 1924)

Hubo una vez un viejo país de pasado universal que tuvo una Hacienda, una agencia tributaria única, un sistema fiscal formado por tipos crecientes y muchos tramos que hacían progresivos los tributos, los cuales –además- eran únicos, con sujetos, bases y objetos tributarios ciertos. Esa certeza se llamaba garantía del contribuyente y permitía a personas y negocios planear sus haciendas y futuros. La ciudadanía obtenía sus rentas por trabajar, pero no les regalaban rentas de ciudadanía iguales en cuantía para todos.


Con el tiempo, ese país se redujo por medio de inventos y artilugios fiscales que –aseguraban los nuevos sacerdotes- harían modernos a sus habitantes. Los antiguos tipos crecientes –que se traducían en ciudadanos crecientes- y múltiples tramos de renta –que representaban la disparidad de ingresos de las gentes- se convirtieron en menos tramos -para simplificar, decían-, consiguiendo efectivamente tramos y personas menguantes.

Del tradicional tipo íntegro –se decía con admiración en esa época antigua- se pasó a muchos tipejos, tantos como parroquias surgían, saltándose por el camino la integral de tipos que hubiera asegurado la máxima progresividad posible. De la Hacienda se pasó a la calderilla.

También inventaron la Agencia Tributaria Deslizante, que primero se multiplicaba por 2, después fingían consorciarse las partes –sin llegar a ser consortes, sino que era un predivorcio fino- y el resultado patinaba hacia las agencias exclusivas de las parroquias, quedándose éstas de paso el trozo de la agencia original que reclamaban.

En toda esta historia se olvidó la tradicional y sorprendente relación entre poesía y hacienda, por pérdida de grandeza. Así, hubo que sacar del baúl de los recuerdos la Conversación con un inspector de impuestos sobre poesía, de Vladimir Maiakovski. Ahí va para disfrutarla.
(Mujer tocando la lira, fotografía de 1913)

¡Ciudadano inspector de impuestos! Perdone que le moleste. Gracias.... no se preocupe.... me quedaré de pie.
Mi asunto es de carácter delicado:
sobre el lugar del poeta en una sociedad de trabajadores.
Junto con los propietarios de tiendas y propiedades agrícolas, estoy sujeto también a impuestos y penalizaciones.
Me reclama usted quinientos por el semestre
y veinticinco por no presentar mi declaración.
Mi trabajo es como cualquier otro trabajo.
Fíjese: mire qué pérdidas he tenido,
qué gastos tengo en mi producción,
y cuánto se gasta en materiales. Usted sabe, por supuesto, lo del fenómeno llamado «rima».
Supongamos que un verso acaba con la palabra «giro»;
entonces, dos versos después, repitiendo las sílabas,
ponemos algo así como «tiroriro».
En el lenguaje, la rima es como un pagaré
que vence dos versos después —ésa es la regla—.
Y uno busca la calderilla de sufijos e inflexiones
en la saqueada caja de las declinaciones y conjugaciones.
Empieza uno incrustando una palabra en un verso,
pero no encaja —se la fuerza y se rompe—.
Ciudadano inspector de impuestos, le doy mi palabra:
las palabras le cuestan al poeta mucho dinero.
En nuestro lenguaje la rima es un barril:
un barril de dinamita. La rima es una espoleta.
El verso se deshace hacia el final y estalla:
y la ciudad salta al cielo volada en una estrofa.
¿Dónde va a encontrar, y con qué tarifa de valoración,
rimas que apunten y maten de un solo disparo? Quizá queden cinco o seis rimas sin usar solamente en algún sitio
como Venezuela.
Y así tengo que visitar países cálidos y fríos.
Allá me precipito, enredado en pagos sobre anticipos y préstamos.
¡Ciudadano! Admítame mis gastos de viaje.
La poesía toda ella es un viaje a lo desconocido.
La poesía es como sacar radium de la tierra:
por cada gramo se trabaja un año.
En el lenguaje, la rima es como un pagaré
que vence dos versos después —ésa es la regla—.
Y uno busca la calderilla de sufijos e inflexiones
en la saqueada caja de las declinaciones y conjugaciones.
Empieza uno incrustando una palabra en un verso,
pero no encaja —se la fuerza y se rompe—.
Ciudadano inspector de impuestos, le doy mi palabra:
las palabras le cuestan al poeta mucho dinero.
En nuestro lenguaje la rima es un barril:
un barril de dinamita. La rima es una espoleta.
El verso se deshace hacia el final y estalla:
y la ciudad salta al cielo volada en una estrofa.
¿Dónde va a encontrar, y con qué tarifa de valoración,
rimas que apunten y maten de un solo disparo? Quizá queden cinco o seis rimas sin usar solamente en algún sitio como Venezuela.
Y así tengo que visitar países cálidos y fríos.
Allá me precipito, enredado en pagos sobre anticipos y préstamos.
¡Ciudadano! Admítame mis gastos de viaje.
La poesía toda ella es un viaje a lo desconocido.
La poesía es como sacar radium de la tierra:
por cada gramo se trabaja un año.

1 Comentarios:

Anonymous Anónimo escribió...

Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.

3:35 a. m.  

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