20 de junio de 2006

Estado de bienestar


El Estado de bienestar es una sensación, no una prestación. Sus gestores naturales serán siempre los porteros de guardia, no los inquilinos críticos con sus principales bajantes, el nacionalismo y el progresismo.

El nacionalismo es un seguro de vida y la prima de riesgo que suponía una ETA violenta o una ERC radical era demasiado alta como para seguir pagándola. Lo primero que quiere el ciudadano es un seguro de vida, a ser posible con relato para contar con una épica que le haga ilusión, que le saque de la mediocridad del negociado. Por eso necesita sentirse de izquierdas, tener un mito inalcanzable al que trasladar su vacío. Y, sobre todo, tener un sentimiento compartido que le evite la soledad y la neurosis, la expulsión de la pandilla. Desplegar el mismo reflejo condicionado que el vecino le asegura los quince minutos diarios de gloria que necesita para creerse único y saberse masa.

Lo segundo que quiere el ciudadano es bienestar, o sea subvención. Seguridad y bienestar son dos trincheras enfrentadas a la razón porque ésta es una petición de esfuerzo y riesgo que nada puede contra aquellas tranquilizadores sensaciones. La batalla está en las sensaciones, una especie de sentimientos de consumo inmediato y gratuito, y no veo qué emoción podamos entrenar para batirse con esos melodramas llamados nacionalismo e izquierda con garantías de éxito. Entre el calmante y la incertidumbre siempre elegirá el primero, con su debida adicción.