Un curioso que dejó de ser raro
Durante años se dedica a “dejar pasar el tiempo”, tirando y revelando miles de fotos, imágenes distorsionadas deliberadamente o borrosas y manchadas por la pobreza de los materiales utilizados. "Las imperfecciones forman parte de cada foto. Son su poesía y lo que le otorga cualidades pictóricas. Para eso necesitas una mala cámara", dice. Una imperfección que busca con perfecta constancia. Los fabricantes de arte terminan por descubrirlo en su guarida y le montan exposiciones en el Pompidou (2008) y, ahora, en el Centro Internacional de Fotografía de Nueva York. Llegan las hagiografías. Esa avalancha sepulta su idealismo: "¿Qué es arte? El arte es sólo una idea", sigue diciendo. Hoy lo han convertido en producto de un arte tan necesitado como siempre de homologar excentricidad, aunque lo califiquen de “arte en su forma más esencial”, queriendo decir precario. Como si la pobreza fuera condición de pureza.
Pero no hay tanto misterio como parece: nunca se entregó al azar; al fin y al cabo no era un mendigo anónimo sin destino. Cuando dice "soy sólo un observador de personas, pero uno muy bueno", reconoce un objetivo perseguido de forma implacable. Sus materiales son las cámaras y carretes de deshecho, junto con sus fantasías volcadas sobre desnudos robados, vecinas en biquini tomando el sol y paisajes pacientes. Su estrategia es automática: "Cuando hago fotos no pienso en nada". Y su dedicación, estoica: "Placer es una palabra que rechazo absolutamente. ¿Cómo podría un escéptico como yo sentir placer? Descarto sentimientos tan efímeros como el placer".
La fama le llega en forma de reconocimiento artístico y con ella su perplejidad, tan llena de desprecio como de atracción: "Si quieres ser famoso tienes que hacer algo y hacerlo peor que cualquier persona del mundo entero", afirma. Él mismo se ríe de la fama, dice no interesarle pero se asombra de haberse convertido en una estrella, dice con una risa mellada. Pero su cara guarda la principal arma para asombrarse, para admirar: un mínimo de inocencia. Tichý es un hombre que saltó de un extremo al opuesto sin cambiar de naturaleza, aunque sí de ropa, en el que lo que menos importa es el producto artístico que termina en éxito. Y sus promotores son una tropa ansiosa por confundir la mirada de Tichý con un mundo borroso y roto, expuesto por tanto a la reparación y venta de esos publicistas.
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