30 de diciembre de 2006

La estupidez

(Douglas Gordon, 'Monster', 1997)


La ley de Gresham establece que la moneda mala (con bajo contenido en metales preciosos) desplaza a la buena, para un mismo valor nominal de ambas, porque los agentes económicos prefieren atesorar la moneda buena, reservándola para el ahorro, su fundición en oro o los pagos internacionales, destinando la mala a los pagos corrientes. Los mercantilistas atribuían a la moneda su valor material o intrínseco, relegando su valor de cambio (el precio). La excelencia como criterio de definición del valor monetario –y de su derivado social- está unida a la eclosión del primer capitalismo y de su agente principal, la burguesía, émula de la aristocracia.

La aplicación de la ley de Gresham se extiende a todos los empeños humanos, desde la política y la cultura a las relaciones internacionales o sociales. El bajo contenido en oro que el mercader Gresham detecta en el siglo XVI como valor preferente de cambio es sancionado por el filósofo británico Bertrand Russell a principios del siglo XX en «La necesidad del escepticismo político»: “La Ley de Gresham se aplica tanto a la política como a la moneda: un hombre que aspire a fines más nobles (que encender las pasiones del electorado) será expulsado, salvo en esos momentos especiales (revoluciones, sobre todo) en que el idealismo se encuentra aliado con algún movimiento poderoso de egoístas pasiones. Además, como los políticos están divididos en grupos rivales, aspirarán también a dividir el país, salvo que tengan la suerte de unirse en una guerra contra otra nación. No podrán prestar atención a nada que sea difícil de explicar, o que no entrañe división (entre naciones o dentro de ellas), o que disminuya el poder de los políticos como grupo”.

Mucho antes que Gresham y los mercantilistas nos suministraran munición para metáforas sociales basadas en el valor y uso de la moneda, Aristófanes, en el siglo V antes de Cristo, exponía la tendencia a que el político malo desplace al bueno: «Nuestra ciudad hace lo mismo con los hombres y con el dinero. Tiene hombres honrados y de valía. Tiene también monedas de oro y plata pura, ¡pero no las usamos! Circulan las de cobre y baja ley. Lo mismo pasa con los hombres de vida intachable y buena fama, que son arrumbados por los de latón». (Comedia ‘Las Ranas’, citado por Manuel Conthe en su artículo ‘Parábola de la buena moneda’, ABC, 5 diciembre 2006)

(Douglas Gordon, Video, 1997, Tate Modern)

El egoísmo racional como motor cotidiano de relaciones o las ‘egoístas pasiones’ como aglutinador social en épocas de excepción, se democratiza con el progreso material y demográfico, el cual permite la conversión del antes miserable en agente económico, extendiendo a todos esta condición hasta entonces reservada a la burguesía. Aparece la extensión de la estupidez, ya no sólo como valor de cambio sino ahora como factor de gobierno y relación, igualdad y cohesión.

El diktat igualitario alcanza su cima no con las ideologías totalitarias sino con la sociedad totalizadora, omnicomprensiva y proveedora de sentido y sensibilidad, razón y emoción personalizada. Dice André Glucksmann en ‘La estupidez’ (1985): “En su fase adulta, al llegar a un equilibrio estable, la sociedad totalitaria trata menos de convencer que de contener la actividad mental general en su nivel más bajo, donde no ponga en peligro el estatuto moral y social de cada uno. He aquí cómo se pasa de la ideocracia a la idiocracia.” Después de haber sentenciado la precedente época totalitaria como “Todo el poder para los Soviets. Todo el poder para los imbéciles.”

El reino de la estupidez se corona con la extensión de la conciencia de vivir en él, con la resignación que proporciona el confort como baja ley del intercambio. Continua Glucksmann con un diagnóstico incompleto, próximo a la caducidad en los factores de tensión social que indica: “La desconcertante impresión de vivir bajo el reino de la estupidez, acompañada del descubrimiento imprevisto y reconfortante de que la impresión es compartida, hace cobrar nueva actualidad [tanto] a las luchas generacionales a como los conflictos de clase, es decir, los dos tipos de tensión permanente que alimentan el dinamismo de las sociedades occidentales. Ellas se ven periódicamente obligadas a hacer circular a las élites y a sacudir algunos privilegios.”

Terminando, que no concluyendo, con la ironía en prosa versificada del contemporáneo de Russell, W. H. Auden, en sus ‘Cartas de Islandia’ (1937):

La mente superior supera en número a los bárbaros,
y ahora los besos son considerados poco higiénicos,
y los niños son vegetarianos, desde párvulos,
demasiado sensibles para platos poco asépticos.
No tardaré mucho en descubrir, entre anémicos,
una Sociedad de Tías de Todo el Mundo Reunidas
para la Prevención de la crueldad con las Clavellinas.

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29 de diciembre de 2006

Curado de espacio (y II)

Curados de espacio –necesariamente despacio, la única cura posible- que no de espanto, porque significaría la muerte de la incertidumbre y –con ella- de la curiosidad, termina la mini serie que el Sr. Verle dedica a Wright y su renovación orgánica de la vivienda. Y se abre una estrecha polémica cuya apertura fuerzo con la siguiente pregunta: ¿no hay más revolución democrática en el asentamiento de las instituciones que el conservadurismo burgués de Wright representa, frente a intervenciones arquitectónicas que alteran el modelo de ciudad industrial de finales del XIX?

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La ideología agraria.

(Robie House, Frank Lloyd Wright)
Se predica que en Wright existió una preocupación ética por las instituciones (familia, ciudad, estado) y por la relación del hombre libre con ellas, pero, añadimos, sólo dentro de un conservadurismo burgués bien entendido. Así C. Rowe subraya que las casas de la pradera fueron experimentos en un proceso seguido con coherencia infalible y con una afirmación plástica como respuesta a cuestiones relacionadas con el modo de vida americano. La organización anticlásica orgánica como iniciativa individual basada en la libertad frente a cualquier conformismo y cualquier sistema normativo. Wright, aunque se movía en ambientes filantrópicos y pseudoprogresistas, pero privilegiados, de Chicago, fue designado sin embargo intérprete idóneo de la sociedad aristocrática suburbana que propugnaba lo anterior. Fue un arquitecto que trabajó en el seno de la comunidad para renovar la residencia no para intervenir en la ciudad. Lo que no se podía reconquistar en la metrópoli se podría adquirir en el espacio doméstico.

Una metrópoli entendida ya entonces como caos antinatural a la que se contrapone la naturaleza, fundamento de la democracia neojeffersoniana. Oak Park entonces, subcomunidad no planificada, área natural, fue la referencia para la vida asociada de unos clientes sin relación con el ambiente cultural urbano de Chicago, clase media alta de negociantes no intelectuales a los que sólo interesa que Wright les proponga un modelo de vida distinto al margen de la ciudad. Pero a pesar de sus contactos con una cierta intelectualidad urbana de Chicago, a Wright no le interesó un modelo de vida ideal, sino una aceptación pasiva de la periferia. Y Wright se encuentra entonces entre la sociedad intelectual con implicaciones culturales de Chicago, a la que rinde tributo personal y el clan familiar, expresión de los contactos humanos en la subcomunidad de Oak Park, a costa del que vive por sus encargos profesionales. Tarde comprende que sociedad y clan no pueden tener relaciones. Y así nos lo evidenció la crítica arquitectónica italiana de cuño marxiano en los setenta.

Coda Final

(Window detail:
Robie House, Chicago, 1908, F.L. Wright)

Wright, al que acabaremos asignando los versos de Walt Whitmann: “¿Me contradigo?/ Muy bien, sí, me contradigo / (Soy amplio, contengo multitudes)”, a pesar de crear bellos artefactos que abrieron caminos arquitectónicos insospechados, en ningún momento habría captado la necesidad de un crecimiento orgánico de la ciudad, por consiguiente acabará rechazando la realidad de Oak Park que había finalizado creciendo y que se había integrado como límite de la misma. Oak Park es ciudad y además es arrollada por la gran ciudad. Los mitos de la casa de campo cercana a la urbe, el clan seleccionado y unido y la vida libre e independiente, chocan con la realidad urbana. Además la ideología agraria y patriarcal, sintetizada en su Casa-estudio y en la Iglesia Unitaria, no sirve cuando el barrio residencial no puede hacer realidad el sueño de la fusión individuo-comunidad [oportuno sería recordar, a propósito, a David Mamet que se refirió a ello en ‘Esa gente tranquila’, “…la comunidad perfecta y pacífica: que nunca tus vecinos sepan como piensas, ni siquiera tu mujer”]. El propio equilibrio de Wright tiende a romperse, su casa-estudio, remedada sin parangón en trasunto postmoderno por R. Venturi en los 60, no le sirvió de bachelardiano refugio. Su crisis formal coincide con su crisis personal. En 1909 tras finalizar la casa Robie, obra maestra y verdadero canto del cisne de la primera edad de oro de la arquitectura wrightiana, construida fuera de Oak Park en terrenos hoy de la Universidad de Chicago (relativamente cercana ahora al Instituto de Energía Nuclear donde Enrico Fermi trabajó en al bomba atómica), Wright abandona a su familia y huye a Europa con la mujer de un vecino suyo.

Por su experiencia personal y con una raíz filosófica diferente a la continental, cuando en Europa fue reconocido el legado de su primera época y admirada su obra por la vanguardia europea, Wright, cual Picasso, desplazará sus concepciones arquitectónicas a otros focos de interés para él. Volverá a USA y deberá recomenzar desde el desierto, en
Taliesin.

Aunque eso, ya es otra historia. La historia de, como dijo de él Mies, que acabó más tarde construyendo también en Chicago, ‘un extraño hombre de corazón vigilante’, pero en ningún modo, un pecador de la pradera.

© Sr. Verle. 2006.

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27 de diciembre de 2006

Curado de espacio (I)

El proteico Sr. Verle continua su serie arquitectónica sobre Frank Lloyd Wright, con una trama policíaca que comienza con las ‘casas de contrabando’ (Si alguien es capaz de dedicarse con agilidad a tal empresa, que lo diga). Sigue con los templos unitarios, que ya comentara en este blog sobre Oak Park, se remansa en casas de la pradera, se aburguesa revolucionariamente en su propia casa-estudio y desemboca –esta vez ligero de equipaje- en el “descenso de lo sublime hasta el espíritu y el espacio”.

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Introito.

(Frank Lloyd Wright, Casa de la Cascada,
Pennsylvania, 1936-37)

En la amplia bibliografía conocida hay muchos elementos contradictorios en la naturaleza y en el arte de Frank Lloyd Wright. “Puede parecer un romántico en el presente pero está destinado a ser un clásico en el futuro”, dijo de él tempranamente su crítico constante H. R. Hitchcock. Siempre centró su interés por parecer autodidacta, por lo que intentó borrar sus huellas previas. Pero son fácilmente detectables. Su supuesta educación arquitectónica autodidacta no esconde, por utilizar una terminología tan cara a T. S. Eliot, toda la tradición anterior pero, en su caso también, su inmenso talento individual.

Frente a una adscripción al estilo École des Beaux-Arts, para el que estuvo particularmente bien dotado, se decantó por el de la Escuela de Chicago con L. Sullivan, un arquitecto con un orden estético más personal, que no admitía influencias de poco porte. Estando trabajando como primer dibujante en el estudio de Sullivan, comenzó a recabar encargos bajo mano de clientes del estudio, lo que él denominaba ‘casas de contrabando’. Así, sedujo a una cliente y consiguió dos cosas, hacerle él, independientemente del estudio, la vivienda y que Sullivan, cuando se enteró, le despidiese inmediatamente del trabajo por competencia ilícita, bien como cautivador o bien como arquitecto. Autónomo entonces, vivió y trabajó, desde la última década del XIX, en Oak Park, área suburbana de Chicago entonces en desarrollo. Tras un post anterior en este mismo blog, reproducimos las reflexiones y comentarios arquitectónicos generados en nuestra visita realizada por sus obras allí construidas, las casas de la pradera, su propia casa-estudio y el templo unitario.

La conquista del espacio.

(Frank Lloyd Wright, Prairie Houses: Frederick C. Robie House,
Chicago, 1906)

Las ‘Prairie Houses’ se nos cuentan como una renovación de la arquitectura americana. No dejan de ser arquitecturas domésticas con claros antecedentes en la arquitectura autóctona inmediatamente anterior. Siguen la tradición de las viviendas unifamiliares americanas aunque con espacios más abiertos y fluidos pero, efectivamente, con diseño e impacto psicológico diferente a las anteriores. Filón romántico del pensamiento orgánico: ‘The nature of materials’, dicen los estudiosos. La continuidad del espacio y la primacía de lo abstracto como fruto de la manera de pensar tridimensional del paladín de la concepción espacial, Wright. Un espacio fluyente, liberado de la estereotomía y la rigidez volumétrica. Una organización axial mantenida compositivamente con espacios que penetran en otros y con alturas no uniformes a base de niveles superpuestos e intercomunicados con sutiles elementos definidores de la espacialidad, pero controlados y regulados dentro del sistema para producir un incremento, con esquinas eliminadas, de la sensación de espacio sin disminución de la privacidad. Además ese espacio interior se expresa exteriormente con una serena horizontalidad del diseño y una cubierta protectora. En definitiva, a pesar de ser él, Wright, un arquetipo jungiano (dios y demonio, ¿Mefisto?), proyecta formas menos masculinas, más femeninas (arco, laberinto, cueva…) que en la arquitectura doméstica tradicional americana. Pero sobre todo se trataría de viviendas asociadas a su entorno natural, dotadas de dignidad y decoro urbano. Una cierta originalidad y fuerza se refracta en estos edificios de Oak Park que acabaran no obstante generando un predecible manierismo.

Su paradigmática Casa-estudio, continuamente reformada, hereda la memoria de la tradición pero la abre a una nueva libertad espacial. Rotundo ejemplo de lo anteriormente dicho aquí, plantea una apertura del espacio acentuando la unidad. Espacios interpenetrados y articulaciones espaciales: la ruptura del prisma. Y la proyectación de cierto eje compositivo diagonal con desviación diáfana del espacio que, en obras más tardías será el articulador de sus proyectos. Espacio expandido en horizontal con influencias japonesas pero de composición más abstracta. Se resalta la importancia de la chimenea como hogar [debería leerse al respecto el satírico relato de Herman Melville ‘Yo y mi chimenea’]. En definitiva, un lugar de instalación familiar específico pero expansivo, que comunica permanencia y protección.

(Wright, 'Prairie Houses’: Nathan Moore House,
Oak Park, 1895, reconstruida en 1924)
Su otro hito en la zona fue la Iglesia Unitaria. De ella escribe V. Scully que resulta “única y completa, rica y confiada, acogedora y audaz, pura y sinfónica”. Un edificio de sonido, sí (influencia dicen de la música de Bach y de Beethoven tan apreciados por Wright). Una sala de reunión con galerías laterales resulta un espacio ligero, sin peso. Con perfecta integración, o unidad orgánica, de estructura-masaespacio. Un monolito revestido de mortero de cemento sin símbolos exteriores: montaña sagrada que contiene una profunda caverna, una caja con una cámara secreta donde encontramos la luz. Lo que parecía cerrado se abre, lo que parecía oscuro es iluminado. Formas relajantes para el espíritu que propugnan la proximidad entre los hombres de todos los credos. Entre lo singular y lo múltiple (individuo y comunidad) la integración se va consiguiendo laboriosamente a lo largo del espacio del templo. En su interior los agnósticos evocaríamos entonces a Wallace Stevens: “Lo sublime desciende hasta el espíritu y el espacio”.

© Sr. Verle. 2006.

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25 de diciembre de 2006

Parar, templar y mandar.

(Cartel taurino de la temporada 2007
en la Maestranza: la lidia clandestina)


Una de las grandes lecciones que siempre ofrecieron los toros fue su guía resumida de vida: parar, templar y mandar. Es una enseñanza moral: la vida como riesgo consecuente con la decisión de afrontarla; la vida como responsabilidad personal, es decir, como impulso de libertad hecho realidad. Frente al lema gubernamental de pasar, tensar y candar, el mandato taurino te hacía rey por una tarde, actor por una temporada, siempre mejor que lacayo de por vida. El nirvana del correcto, pasar de la responsabilidad, tensar al tendido y candar el tiempo, es justo lo contrario que parar el riesgo, templar su lidia y mandar sobre el tiempo y el sujeto de la muerte.

Dice Mario Cabré, de cuando el toreo era parte de la costumbre:
-Toreábamos en Las Arenas y como yo no quería que en mi casa se enterasen me fui a vestir de torero a casa de un amigo y vestido con el traje alquilado fui hasta la plaza en tranvía.
-¿Y qué le decía la gente?
-Nada. ¿Por qué me iba a decir algo la gente?
-No me dirá usted que antes de la guerra era normal ver en los tranvías gente vestida de torero.
-Qué poco sabe usted de la vida, joven. (El País, 24 dic. 2006)

Y tanto que saben de la vida, Mario, de la nuestra. La solución Godoy de la ministra Narbona a la vida es de éxito fácil: la prohibición de la muerte y la celebración de la vida regulada, segura. Es una solución aséptica porque la asepsia es la garantía del triunfo de los sumisos. Aparta tus sucias manos de la vida: corres peligro. Contra el tiempo taurino dividido en tercios, como la propia vida, el tiempo uniforme y gestionado por el poder. Contra el tercio de varas, rejones de ventosa. El socialismo es adhesivo, una sustancia que se interpone entre la vida y su titular para ofrecértela domesticada. Un ladrido controlado por un gobierno de porteros que sabe muy bien su cometido: mantener la escalera libre de sangre.

(Cartel publicitario de la empresa aeronáutica C.A.S.A, de cuando se creía en la fusión entre tradición y progreso)

Simbología tajante, del cartel taurino dejo dicho Eugenio D’Ors que era un grito pegado a la pared. Del propio ruedo, dijo Pepe Luis Vázquez, cuando le querían ofrecer un almuerzo de homenaje en la misma arena: “Ahí ha habido mucho triunfo, mucho fracaso y mucha sangre como para sentarse a almorzar” (recogido por Antonio Burgos en “El cartel del tebeo”). La lidia se retira discretamente, sin nostalgia de su arte ni presumir siquiera por haber sido motivo de inspiración para ilustrados (las tauromaquias de Antonio Carnicero y Goya). Sentenciada su crueldad por el remilgo interesado, queda como vestigio de una época de pensamiento fuerte. Prohibida su imagen, que es prohibir su eco -“cuando vas a torear a Barcelona no se ve un cartel en toda la ciudad”, Enrique Ponce, a propósito del cierre de la Monumental-, asume ese destino fatal que le atribuía Rafael ‘El Gallo’: “Las broncas se las lleva el viento; las cornadas se las queda uno.”

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23 de diciembre de 2006

Alegato navideño

(‘Eternal Gaze’, 2003, corto de animación de
Sam Chen inspirado en la vida de Giacometti)

El desprestigio de la Navidad está tan arraigado como el fervor con que se celebra, tan extendido como numerosos son sus acólitos laicos. En cualquier celebración navideña, sea de consumo o reunión familiar, el fastidio es santo y seña que une a conocidos y amigos en los grandes almacenes y a parientes alrededor del festín. Es un fastidio gozoso, tanto porque la queja une más que el acuerdo negociado como por la imposible confesión de querencia hacia lo propio –tradición y familia- que el individuo siente. El hartazgo de la Navidad y sus trajines es el mejor sello que certifica su buena salud y necesidad colectiva desde hace años.

Navidad es la explosión de lo laico como artilugio religioso que reúne a la comunidad dispersa el resto del año. Una liturgia cuidada y variada de comunión en ritos afectivos de regalos y festivos de ágapes. Las antiguas comilonas familiares que festejaban la supervivencia y sacaban al clan del estado de necesidad por unos días se han extendido a comidas de empresa y compañeros de trabajo, todas ellas celebradas con tanto desapego afectado como puntualidad y rigor.

Fiesta y fecha magnética, las Navidades atraen como último refugio tolerado de tradición y familia, dos anclas afectivas que funcionan a pleno rendimiento en época de intemperie personal. Y repelen porque suprimen temporalmente la ilusión de ser diferentes en la que nos empeñamos el resto del año. Sumidos en el afecto regalado, el regalo afectado, la masa, el consumo y la familia unificadores, se nos despierta del sueño de ser diferentes. Cuando en realidad no hay nada más uniformador que la constancia en esa ilusión por diferenciarnos. Atracción y repulsión que las caracterizan como el episodio más magnético del calendario, quizás junto a las vacaciones de verano, aunque el poder de éstas tenga un efecto dispersor.

La libertad de elegir, tan bien razonadas por Hayek y Friedman, se vende en estas fechas a través del regalo y, especialmente, de la originalidad en su busca y captura. El regalo se convierte en objeto que envuelve la transmisión de afecto; es el vencimiento de un cariño largamente aplazado durante el año. Como tal demostración exige ser original y sorprender al ser querido. Originalidad que es también refugio del ansia por diferenciarnos de la masa y competición con nuestros mismos familiares en la conquista del cariño.

Sin embargo, el poder del ciudadano como consumidor que cree elegir libremente lo que compra, lo que transmite a través del regalo y lo que se afirma al consumir, es ficticio. Sólo se ratifica su condición de creyente iluso que tiene capacidad de elección del producto y, por tanto, de modificación de su proceso de oferta. Los bienes que ofrece el consumo navideño son los más valorados por el ciudadano. Frente a los señuelos de soberanía / autonomía y libertad que le ofrecen política e ideología, los objetos navideños son tangibles y significan afectos. Autonomía individual y libertad como bienes escasos e ideales, inalcanzables, son ahora sustituidos por igualdad y fraternidad, empresas que no sólo unen más sino que espantan mejor los riesgos de ser libre y la incertidumbre de ser uno frente a los demás. La necesidad restante que le queda al individuo de creerse distinto es satisfecha mediante la competencia entre consumidores por erigirse en el más informado y exigente, por acercarse a la exclusividad. De paso, ese consumo selecto satisface los viejos deseos de soberanía y libertad, hoy tan básicos como las antiguas necesidades de comer y procrear.

(Shelly Silver, ‘Things I Forget to Tell Myself’',
imagen del corto, USA 1989)

La ficción se desvela si se analiza el mecanismo de formación del consumo. La oferta de productos y servicios se encuentra con las despensas y armarios del cliente saturados, por lo que necesita una diversificación continua para poder competir con nuevos proveedores que tienen ventaja (menor coste, mayor productividad) en producciones concentradas en modelos simples. El tatuaje personalizado contra el turrón indistinto. Vender una capacidad de decisión de consumo a través de la elección infinitamente variada, ofrecer una sensación soberana como individuo, es más rentable que seguir fabricando juguetes. Por eso la oferta consiste, sobre todo, en infundir en el consumidor el espíritu de autonomía, de agente que decide lo que compra, cómo, dónde y cuándo, de ciudadano soberano frente al poder del capital, antes omnímodo y ajeno, hoy transferido y residente en el propio comprador. El producto final es la sensación de consumidor enterado, exclusivo, orgulloso, rey de su decisión, contento y sin más freno que su presupuesto y sus expectativas de gasto. El tuneado de los coches, la personalización de los préstamos, la atención personal en los servicios: todos son sucedáneos de libertad de elección y soberanía del consumidor, cuando sólo responden a las necesidades de diversificación del productor (y de ocupación del poder del cliente).

Dicho esto, feliz Navidad a todos, en alegre compañía de los suyos y los nuestros.

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20 de diciembre de 2006

Coplas a la muerte de su padre

1.- Recuerde el alma dormida
avive el seso e despierte
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando,
cuán presto se va el placer
cómo, después de acordado,
da dolor;
cómo, a nuestro parecer ,
cualquiera tiempo pasado
fue mejor.

2.- Pues si vemos lo presente
cómo en un punto se es ido
e acabado,
si juzgamos sabiamente,
daremos lo non venido
por pasado.
Non se engañe nadie, no,
pensando que ha de durar
lo que espera
más que duró lo que vio,
pues que todo ha de pasar
por tal manera.

(...)

7.- Ved de cuán poco valor
son las cosas tras que andamos
y corremos,
que en este mundo traidor ,
aun primero que muramos
las perdemos;
dellas deshace la edad,
dellas casos desastrados
que acaescen,
dellas por su calidad,
en los más altos estados
desfallescen.

8.- Decidme: la hermosura,
y gentil frescura y tez
de la cara,
la color e la blancura,
cuando viene la vejez,
¿cuál se para?
Las mañas e ligereza
e la fuerza corporal de juventud,
todo se torna graveza
cuando llega al arrabal
de senectud.

14 de diciembre de 2006

Una Ciudad de película

Vuelve el Sr. Verle a las andadas urbanas, proponiendo cómodos paseos de 10 Kms. que el intrépido lector podrá recorrer aquí evocando las peripecias arquitectónicas y sentimentales (con imaginación) de Frank Lloyd Wright. Como en su célebre Casa de la cascada, el Sr. Verle nos precipita por un recorrido lleno de sucesos en el que cambia las cajas cuadradas del programa inicial por volúmenes variables rápidamente habitados por sus acompañantes. Con provecho, por lo que se ve al final del cuento. Pero no desvelo la intriga: paseen y vean.

~ ~ ~ ~ ~ ~ ~ ~ ~ Ж ¥ Ж ¥ Ж ¥ Ж ¥ Ж ~ ~ ~ ~ ~ ~ ~ ~ ~

Cualquier agencia de viajes te soluciona ya, en un abrir y cerrar de ojos, hasta la peregrinación más peregrina. Para alejarte de la insistente murga de tanto Capone de pacotilla en este país de todos los demonios urbanísticos, qué mejor que visitar en estos días festivos, la ciudad del verdadero personaje, Chicago. Aunque como casi no se encuentran allí sus huellas, lo abandonas y decides planear seguir en la ciudad el rastro de otro capo, realizador incluso de casas de contrabando, verdadero lieber Meister de la arquitectura (y piensas entonces que a los tres grandes del siglo XX les ha sobrado con concebir y ejecutar una vivienda, una iglesia y un museo). Pero el legado de Wright en Chicago es fundamentalmente periférico y no comprende esas obras famosas que toda persona mínimamente cultivada es capaz de identificar.

(Frank Lloyd Wright, Interior, Unity Temple)
Así pues, bien pertrechado de lápices, plumas y cuadernos para la aventura y con impedimenta adecuada contra ese frío lacustre tan traicionero, tras un brunch, sales a mediodía del hotel, un hotel de películas, tomas el tren en la estación, una estación de películas, y arribas en media hora al área suburbana de Oak Park para colmar tus expectativas sobre las casas de la pradera. Y en las pocas horas vespertinas de sol que faltan, pasearás un fascinante recorrido de menos de diez kilómetros en un lugar que concentra unos veinte años de actividad y unas veinte viviendas unifamiliares, creación de un verdadero artista cuya imagen no coincide con el personaje de ‘El Manantial’ como se viene sosteniendo. Fue su primera etapa dorada, antes de su primera crisis personal que le condujo a Europa.

De la vivienda hasta el templo, de la familia a la comunidad, de la materia al espíritu, a través del tiempo y del espacio, en amena instrucción peripatética en la cual, no has podido sustraerte, te conviertes tú en guía de la guía oficial que te asignaron, estudiante becaria del I. I. T., que asombrada se prende del discurso (del que prometemos dar cuenta en otro sitio) que vas construyendo con las intuiciones que la mayéutica peregrinación va deparando.

Terminada la cual, cayendo ya la tarde, saturados de emociones artísticas y para intentar reparar tu disimulada soberbia, deberías invitar a tu encantada y encantadora acompañante a cenar una proverbial carne de vacuno en el restaurante de la planta alta del John Hancock Center, uno de los mayores rascacielos de la ciudad, viendo desde allí iluminada toda la inmensa área metropolitana de la urbe y a escuchar, tras pasear por la zona del Chicago Tribune, una sesión de blues en uno de los clásicos garitos de la calle Wabash en el Loop, donde alguna vieja gloria aún te deleita entre el humo y el bourbon, antes de retiraros al hotel. Mis propuestas fueron aceptadas con complicidad creciente en todos y cada uno de sus términos. Los planes del día siguiente se veían seriamente interferidos, pero la noche se hacía joven y cálida y estaba saliendo la luna. ¿No sería una noche americana?

© Sr. Verle. 2006

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10 de diciembre de 2006

El proceso

(Mona Hatoum: 'SO MUCH I WANT TO SAY')

Lo importante de todo proceso que sustituye a la autoridad es el propio proceso, su dinamismo frente a la lenta pesadez de los instrumentos clásicos del Estado. Y la esperanza que desata frente al inmovilismo asociado a la política. El poder se disfraza de ilusión contra la insulsa realidad, cuya gestión se reserva al político antiguo, en nuestro caso, el PP.

Por eso la noticia será siempre los avatares del proceso, “los tropiezos” inventariados por John Carlin a través de “cinco expertos internacionales” (El País, 10 dic. 2006), doble condición que hace inapelable su dictamen. El recurso al experto es muestra de que el proceso se queda sin discurso propio, a la vez que imprime carácter de expertos internacionales a sus notarios. Hasta el punto de que el proceso se hace técnico en su nombre –“el proceso para el fin del terrorismo”--, abandonando la utópica paz.

Los tropiezos del proceso dan fe de otras virtudes, además del dinamismo, que legitiman la iniciativa del gobierno ante el pueblo: la valentía al asumir el riesgo de que fracase y su espíritu dialogante por encima de obstáculos que se juzgan pasajeros, como la violencia callejera, la extorsión o el rearme de ETA. No es la paz el destino del proceso, sino la gestión del miedo del ciudadano desvalido. Si tuviera éxito, si se consiguiera la paz y el fin del terrorismo, otras amenazas lo sustituirían para abrir otros procesos salvadores.

(Mona Hatoum)
Hay procesos suplentes entrenándose ya a pleno rendimiento para tomar el relevo: el de expropiación de la salud, con los accidentes de tráfico, la carne maldita, el pulmón del fumador y el gusano anisakis de lo crudo anidando en el miedo del administrado. El proceso de las catástrofes naturales, con la gestión de la incertidumbre como agente del orden y las Unidades Militares de Emergencia como simpáticas ONG’s de intervención rápida. Unido a éste, el proceso del cambio climático y su carácter prioritario frente al terrorismo internacional, dictado por el presidente del gobierno. La natural inclemencia del tiempo y su inevitable imprevisión lo hacen especialmente rentable por duradero. Dará mucho de sí para disciplinar las filas de la extendida conciencia ecologista. El proceso del recuerdo personal y del mito colectivo, cuya ley de memoria histórica empezará a debatirse en febrero con el añadido de la revisión simbólica (es la que importa, no la real) de los juicios del franquismo, fuente imprescindible de odio para ocultar vacíos políticos. El proceso de la diferencia personal y comunitaria frente al vecino, con las leyes de identidad sexual y estatutos autonómicos como ilusas banderas para proclamarse distintos, a falta de la verdadera autonomía, la del pensamiento. Y el proceso de castración del varón, anulada su utilidad como proveedor de alimentos y seguridad (funciones también expropiadas), competidor para mejorar (la excelencia repugna como pretensión de independencia, mientras que la solidaridad reduce las diferencias y acomoda las conciencias) y suministrador de valores fuertes (el poder necesita sociedades débiles)

Y agrupándolos a todos, en la lucha penúltima por el dominio, el proceso del proceso que sustituye a ese armatoste inservible que es el Estado.

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4 de diciembre de 2006

Vísperas cubanas, calendas griegas.

(Diario cubano con una fotografía de Fidel Castro- REUTERS; Fuente: El País)

Vuelve la flebitis como recurso periodístico. Para cierta prensa, Cuba no es una transición hacia la democracia sino una especulación sobre la salud de Castro y las corrientes internas del régimen que se codean en su lugar: “La mayoría, por no decir todos los interrogados en las últimas 24 horas, referían abiertamente su impresión de que Castro se encuentra grave o muy grave. Y de que Cuba ha entrado en una nueva etapa: la de Raúl.” (El País, 4 dic. 2006) “El futuro de Cuba:…pulso entre 'chinos' y 'talibanes'” (El País, 3 dic. 2006) El enredo hospitalario y la interpretación de las declaraciones y movimientos de las familias del régimen deja la democracia para las calendas griegas.

Mientras se suceden informaciones para consuelo ideológico de occidentales nostálgicos, Latinoamérica se refugia en modernas versiones del populismo y se retrae como “continente perdido” que no puede competir con el resto del mundo “ni siquiera como amenaza”: “Desde hace décadas, el peso de América Latina en el mundo disminuye. No es un gran centro económico ni una amenaza para la seguridad ni una bomba demográfica. Incluso sus tragedias quedan empequeñecidas al lado de las de África. La región no se levantará mientras no deje de buscar fórmulas mágicas. (…) la paciencia es el mayor déficit que sufre Latinoamérica”. (Moisés Naím, Foreign Policy, dic. 2006)

No importa Cuba real ni libre sino su imagen de mito revolucionario en la conciencia occidental, una conciencia huérfana de héroes: “El 'raulismo' se consolida en Cuba” (El País, 4 dic. 2006). Un periódico-empresa, como es El País, vive de afinidades más que de su tirada en ventas o de su pegada en rentas. El principal periódico consolidado en la cultura española necesita mantener las adhesiones sentimentales de sus redactores y lectores y éstas se atan con mitos. En las páginas de internacional de El País hay una sección latinoamericana, corriente mitos del corazón, en la que brilla la revolución cubana como recuerdo para el lector de que una vez fue rebelde porque el mundo lo hizo así. Y si no lo fue puede suscribirse ahora a la actualizada utopía. El periódico-empresa es una caja de reclutas de emociones y no puede separarse de la última utopía de la izquierda si quiere mantenerse como ultramarinos espiritual de sus lectores.

("El dictador que gobernó con mano de hierro", pie de la foto de El País, Reuters)


Lo que es crónica implacable, sin aristas, para las dictaduras de derechas se transforma en análisis de tendencias políticas para las de izquierdas. Así, la noticia de hoy es el ‘raulismo’ y los márgenes de la publicada ayer eran cuatro opositores ofrecidos como flecos políticos: “Los disidentes esperan que el diálogo llegue a la política. Cuatro opositores al régimen valoran el discurso de Raúl Castro” (El País, 3 dic. 2006). El titular “El 'raulismo' se consolida en Cuba” da una imagen de dinamismo político y capacidad de evolución del régimen que tapa su olor a dictadura. Resabios de democracia orgánica propia, en la que las corrientes y familias del régimen suplían a los partidos políticos. Se cuenta Cuba como un régimen evolutivo en el que el bárbaro escalafón militar de Chile es nomenclatura con conciencia iniciando la transición. Los iconos de Pinochet y Castro siguen siendo fantasmas muy rentables.

Cualquier conocedor de Cuba sabe de la impopularidad de Raúl y de la insoportable ficción del ‘raulismo’, detalles secundarios o inexistentes en las crónicas periodísticas de El País. Cualquier interesado por el futuro democrático de Cuba ha de proveerse de gugels y lupa para rastrear el sitio político de la oposición. La revolución se afinca sucediéndose a sí misma y renueva sus complicidades críticas del exterior: “Por si sirve de algo, el diario Juventud Rebelde titulaba ayer a toda página: "Navegando hacia el mañana". Tremendo chucho el 'raulismo'.

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1 de diciembre de 2006

La fragua de Vulcano

“Al fondo, a la derecha, el fuego está encendido. Pero no es de allí de donde viene la luz principal, ni tampoco de la ventana, que se abre a la izquierda sobre un paisaje blanco, como de nieve o mármol, sino de una apertura que no vemos, situada más a la izquierda, fuera del cuadro y ligeramente a nuestras espaldas. Por ella entra el sol, “ese dios”, escribe Ovidio, ‘que es el primero que lo ve todo’. ” (Tomás Llorens, ‘La fragua de Vulcano’, El País, 18 de octubre de 2006)

Desde que el artista accede a su nueva condición social, recuperada en el Renacimiento tras abandonar su anonimato de artesano funcional durante la larga Edad Media, la mirada de su obra es una percepción mediada por el intérprete. Mediación que se produce tanto por el desvelamiento de la obra como por su exhibición en lugares consagrados al culto del arte: del palacio y la iglesia a los salones de la burguesía en el XVIII y XIX.

Con la modernidad, la obra de arte desborda los límites de la representación, primero y de la creación, después, para ocupar todo el territorio de la estética y anularlo, “destruyendo el gusto” por tanto, instalando la mirada del espectador en la indiferencia, ya en la posmodernidad: “El arte sólo existe verdaderamente en los juegos que conducen a las fronteras del espacio temporal, a los límites del cuerpo. Hay ahí un juego apasionante con aquello que es juzgado y negociado como "aceptable". Las artes contemporáneas destruyen el gusto como norma, como consenso. Las conquistas más audaces deshumanizan el cuerpo de la tradición clásica y romántica. Todo lo verdaderamente interesante que sucede, proviene de ese movimiento; y dentro de él, cada individuo está en conflicto con los demás y puede también encontrar que lo que el otro produjo no vale nada.” (J. F. Lyotard, ‘La Condición Posmoderna’, 1981).

Indiferencia, valor potencialmente igual de cualquier obra, negación del valor como rasgo de la obra, valor nulo de lo ajeno -“lo que el otro produjo no vale nada”- que surge por la creación sin referencias. O, mejor dicho, por una creación que tiene como única referencia obsesiva la muerte de la tradición. Ya no hay gusto porque el canon dicta que no puede haber disgusto al observar.

(Marcel Duchamp, ‘Ëtant donnés’, 1948-1949)
Pero el canon no desaparece, sólo es sustituida la ley del ‘gusto’ por la ley de la interpretación, la aristocracia por el comisario cultural, con una transición manierista en la burguesía. La sustitución de la obra por el proceso es el expediente que se justifica por el nuevo ídolo: la participación del observador. El fin de la obra es garantizar su acceso, pero no a la misma sino al proceso fabricado por la comunidad artística. Carril hermético donde se reproduce la vieja admiración camuflada de tertulia y acción confusa. La democratización del arte es la nueva liturgia. A la extensión del progreso, a su colonización de márgenes antes incógnitos, sucede el proceso de la obra, que ocupa los últimos márgenes del discurso.

Volvamos al clásico: “Velázquez ha colocado las figuras como en un escenario de teatro: cinco en primer término, Apolo, Vulcano y tres de los cíclopes que le ayudan, y una sexta, otro cíclope, que viene desde el fondo de la fragua. Como en un teatro, cada personaje reacciona a su manera: envidia, delación, sorpresa, celos, ira, asombro, estupefacción. Un abanico de sentimientos contrastantes, pero armonizados con el nudo de la fábula (...) Todo está dispuesto para el triunfo del mirar. Miremos, pues.” (T. Llorens, ‘La fragua de Vulcano’). Miremos guiados por el intérprete si hace falta, por el crítico, pero con una percepción desnuda de reflexión ajena que oculta la impresión y el conocimiento de la belleza que suscita la obra por si.

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