Alvaro Siza en Siberia
“La ciudad se va alejando de nosotros. Se descompone en cubos y rectángulos importantes: los bancos, el auditorio, la estación fluvial. Nuestra sirena de niebla atruena solitaria bajo un puente. Pasamos entre islotes pantanosos donde hay pescadores con impermeables negros que no alzan la vista (...) Después incluso de dejar atrás los últimos arrabales, surgen de chimeneas de fábricas que no se ven, a nuestro norte, largos estandartes de humo” Un pasaje de cubismo industrial en el que describe Colin Thubron su partida del muelle de Krasnoiarsk sobre el río Yenisei, la ciudad de Siberia que admiró Chejov antes de su destrucción por la arquitectura soviética colosalista, la ciudad camino del Ártico vedada a los extranjeros hasta 1991. Es una descripción arquitectónica del combate entre la naturaleza y la intervención del hombre por domeñarla. La desolación, fealdad y contaminación que encuentra Thubron en su viaje por Siberia son los signos de ese tipo de arquitectura soviética stajanovista, al por mayor, que se empeñó en emular la desmesura de la naturaleza confundiéndola con su grandeza. Al intentar dominarla con fuerza equivalente quedó preso de ella. No tuvo en cuenta las formas, estructura, espacios, tensiones entre elementos propias del lugar donde se actúa. Ignoró a Alvar Aalto y a Alvaro Siza. La arquitectura exige el reconocimiento honrado de la inevitable y fiel dosis de traición a la naturaleza que toda creación humana en el medio supone. Transformación para evitar desbaratarlo.
Sedientos de esa idea sensible que percibe primero las formas, estructura, espacios y fuerzas naturales sobre las que se va a actuar para plasmarla en el proyecto que permitirá la construcción, aparece Alvaro Siza con su maestro Alvar Aalto para decirnos que “el arquitecto encuentra la arquitectura allí donde trabaja”. “El trabajo del arquitecto es una respuesta al espacio, que demanda, y también una pregunta: cómo transformarlo” Ésa es la concepción humanista y creadora de la arquitectura, transformadora y liberadora del hombre respecto de la naturaleza: la demanda de intervención que pide el espacio. Del encuentro entre la idea y el lugar surge una topografía nueva en la que el estudio de la luz –un elemento natural más a considerar y utilizar- es capital. No es la piadosa, ecologista y mediocre exigencia de integración de la obra en el entorno la que garantiza el respeto a una naturaleza que dicha superstición eleva a sacrosanta, sino la armonía que una construcción consigue cuando surge de una idea provocada por la percepción sensible y sin proyecto previo de la topografía del espacio a transformar. Concibe la arquitectura como dibujo y construcción, no como proyecto artístico.
Es la mirada en relieve del arquitecto, que valora todos los elementos y vacíos que organizará en un nuevo espacio como derivada del que se encuentra. El tipo de reflexión que sucede a esa mirada, el reconocimiento de las formas irregulares del entorno donde interviene y -característica diferencial y honesta de Siza- la limitación en el uso de la tecnología y el uso de materiales autóctonos son factores que determinan unos volúmenes que rompen las formas simétricas con planos convergentes y divergentes. Y la función humanista de la arquitectura: “Organizamos el espacio para que el hombre viva. Si se ignora al hombre, la arquitectura es innecesaria.”