(Christine Hill - Know What You Want / Do What You Like)
Las recientes declaraciones de Nicolas Sarkozy -ministro francés de Interior y postulante a las próximas elecciones presidenciales de la República- proponiendo legislar que los alumnos se levanten en clase a la entrada del maestro como gesto de respeto, alimentan el viejo debate sobre la autoridad en la escuela (pública) La propuesta, a fuer de su realidad, es simbólica y provocadora de una situación en la que la ‘interactividad’ (antes dialéctica) alumno-profesor se da por supuesta al modelo educativo deseable para una democracia. El aviso de Sarkozy es oportuno para provocar una reflexión no sólo sobre la utilidad y eficacia del actual modelo educativo, sino también para plantearse los motivos y vigencia del ostracismo de los valores que fundaron la escuela, tanto la tradicional como la renovadora –Institución Libre de Enseñanza en España- durante casi todo el siglo XX. Y, muy especialmente, de los intereses –políticos, de poder económico y cultural- que subyacen al igualitarismo que basa el actual modelo.
Las reacciones que ha suscitado la propuesta por parte de las corrientes dominantes en la escuela pública han sido las previsibles y consoladoras para las conciencias modernas, pero el debate no está en el ruido sino en la contraposición entre modelos educativos. Por un lado, se habla de un ideal ‘espacio consagrado al logos’, frente al clásico y descalificante modelo ‘autoritario’. Aceptando el envite de tan reductora denominación, la vindicación del modelo vigente se suele centrar en pedir mayores recursos económicos, manteniendo sus características en lo sustancial. Así, ese modelo -espacio consagrado al logos- se aproximaría a un templo bien equipado, una iglesia-tienda, un espacio que consagra la conversión del alumno-feligrés en cliente, del que ya se sabe que siempre tiene razón, no la suya porque la está formando sino la nuestra, la de todos. Una razón obligatoria que todos debemos compartir frente a la razón personal –aprender a pensar- que el modelo autoritario permitía adquirir al alumno al cabo de años de devoto -y rebelde- aprendizaje.
En el viejo modelo el maestro tenía la autoridad conferida por su conocimiento y experiencia, ya que de ambas carecía el alumno. Y las transmitía para que el niño fuese llegando al uso de razón, a la suya propia, mediante el respeto y la rebeldía por y frente a la autoridad. Respeto y rebeldía que ahora se le niegan como cliente. ¿Cómo va a rebelarse un cliente si tiene todos los derechos conferidos? Ahora se pide que el maestro sustituya la autoridad (y su derivado, la rebeldía) por un libro de reclamaciones, en el que el alumno compra derecho de estancia y conocimientos y exige modales y ticket (título) al maestro-dependiente. Si los artículos tradicionales -estudio, esfuerzo, conocimientos- no le convencen los devuelve a la escuela y se limita a comprar cómoda e impune estancia. Los proveedores de ideología ya se encargarán de que el alojamiento sea en confortable aula y no en barracón para que el alumno de hoy sea su cómplice y sumiso discípulo mañana.
(Heimo Zobernig - Untitled (HZ 2005-14), Galería Juana de Aizpuru) ¿Todo empezó con las matemáticas de conjuntos?
Otra ventaja del modelo de autoridad es que el maestro tenía obligaciones propias de su oficio, la de enseñar, no la actual guardia y custodia que se le atribuye como casero. Esa responsabilidad sólo le podía ser exigida por sus iguales, padres y autoridades del gremio, no por sus discípulos, ante los que hoy queda desnudo e inútil en su misión. No hace falta remitirse a la escuela religiosa para encontrar rastros de esta ‘autorictas’ y su derivada ‘potestas’: la misma Institución Libre de Enseñanza representó un modelo educativo que practicaba:
a) el respeto hacia el maestro como vehículo necesario de la eficacia de su magisterio, de su autoridad, simbolizado o no en levantarse los alumnos ante su entrada en clase,
b) el elitismo, como resultado de su opción por la excelencia, por la enseñanza de calidad.
La excelencia, el derecho a la diferencia que tiene todo ser humano partiendo de un nivel básico e igual de oportunidades, esa aspiración que cierta izquierda defiende para minorías étnicas y para opciones sexuales pero niega a los alumnos... de la escuela pública.
En África –y en más de ¾ partes del mundo- se entra en cualquier escuela-barracón y los alumnos se levantan y saludan a la visita como todos los días al maestro. Últimas noticias llegadas de alguna escuela que sigue el modelo de la Institución Libre de Enseñanza confirman la vigencia de esa costumbre en esta época tan poco propicia a distinguir aptitudes y actitudes. Esa reverencia es no sólo devoción por el misterio del conocimiento y la magia de la transmisión (autoridad) del maestro, sino también utilidad en el aprendizaje ya que no tienen que perder el tiempo en demostrar que son iguales. No pesa sobre ellos la carga de ser falsos adultos.
La irreverencia que se reclama al cargarse la autoridad es la mayor y más oculta de las reverencias, de imposible insumisión, la del cliente con todos los productos a su servicio, convencido de sus derechos y jaleado por interesados proveedores.