La estupidez
(Douglas Gordon, 'Monster', 1997)
La ley de Gresham establece que la moneda mala (con bajo contenido en metales preciosos) desplaza a la buena, para un mismo valor nominal de ambas, porque los agentes económicos prefieren atesorar la moneda buena, reservándola para el ahorro, su fundición en oro o los pagos internacionales, destinando la mala a los pagos corrientes. Los mercantilistas atribuían a la moneda su valor material o intrínseco, relegando su valor de cambio (el precio). La excelencia como criterio de definición del valor monetario –y de su derivado social- está unida a la eclosión del primer capitalismo y de su agente principal, la burguesía, émula de la aristocracia.
La aplicación de la ley de Gresham se extiende a todos los empeños humanos, desde la política y la cultura a las relaciones internacionales o sociales. El bajo contenido en oro que el mercader Gresham detecta en el siglo XVI como valor preferente de cambio es sancionado por el filósofo británico Bertrand Russell a principios del siglo XX en «La necesidad del escepticismo político»: “La Ley de Gresham se aplica tanto a la política como a la moneda: un hombre que aspire a fines más nobles (que encender las pasiones del electorado) será expulsado, salvo en esos momentos especiales (revoluciones, sobre todo) en que el idealismo se encuentra aliado con algún movimiento poderoso de egoístas pasiones. Además, como los políticos están divididos en grupos rivales, aspirarán también a dividir el país, salvo que tengan la suerte de unirse en una guerra contra otra nación. No podrán prestar atención a nada que sea difícil de explicar, o que no entrañe división (entre naciones o dentro de ellas), o que disminuya el poder de los políticos como grupo”.
Mucho antes que Gresham y los mercantilistas nos suministraran munición para metáforas sociales basadas en el valor y uso de la moneda, Aristófanes, en el siglo V antes de Cristo, exponía la tendencia a que el político malo desplace al bueno: «Nuestra ciudad hace lo mismo con los hombres y con el dinero. Tiene hombres honrados y de valía. Tiene también monedas de oro y plata pura, ¡pero no las usamos! Circulan las de cobre y baja ley. Lo mismo pasa con los hombres de vida intachable y buena fama, que son arrumbados por los de latón». (Comedia ‘Las Ranas’, citado por Manuel Conthe en su artículo ‘Parábola de la buena moneda’, ABC, 5 diciembre 2006)
(Douglas Gordon, Video, 1997, Tate Modern)

El diktat igualitario alcanza su cima no con las ideologías totalitarias sino con la sociedad totalizadora, omnicomprensiva y proveedora de sentido y sensibilidad, razón y emoción personalizada. Dice André Glucksmann en ‘La estupidez’ (1985): “En su fase adulta, al llegar a un equilibrio estable, la sociedad totalitaria trata menos de convencer que de contener la actividad mental general en su nivel más bajo, donde no ponga en peligro el estatuto moral y social de cada uno. He aquí cómo se pasa de la ideocracia a la idiocracia.” Después de haber sentenciado la precedente época totalitaria como “Todo el poder para los Soviets. Todo el poder para los imbéciles.”
El reino de la estupidez se corona con la extensión de la conciencia de vivir en él, con la resignación que proporciona el confort como baja ley del intercambio. Continua Glucksmann con un diagnóstico incompleto, próximo a la caducidad en los factores de tensión social que indica: “La desconcertante impresión de vivir bajo el reino de la estupidez, acompañada del descubrimiento imprevisto y reconfortante de que la impresión es compartida, hace cobrar nueva actualidad [tanto] a las luchas generacionales a como los conflictos de clase, es decir, los dos tipos de tensión permanente que alimentan el dinamismo de las sociedades occidentales. Ellas se ven periódicamente obligadas a hacer circular a las élites y a sacudir algunos privilegios.”
Terminando, que no concluyendo, con la ironía en prosa versificada del contemporáneo de Russell, W. H. Auden, en sus ‘Cartas de Islandia’ (1937):
y ahora los besos son considerados poco higiénicos,
demasiado sensibles para platos poco asépticos.
No tardaré mucho en descubrir, entre anémicos,
una Sociedad de Tías de Todo el Mundo Reunidas
para la Prevención de la crueldad con las Clavellinas.
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